📩 Adiós, mi pequeña Pulga

Hoy quiero escribirles sobre un amor pequeño, pero infinito. Sobre una vida diminuta que llenó la mía de luz durante casi ocho años. Se llamaba Pulga, era una chihuahua de apenas un kilo y medio, pero su corazón no conocía límites.

Llegó a mí cuando más la necesitaba. Era un cachorrito tembloroso, con unos ojos enormes que parecían decirlo todo. Desde entonces, cada rincón de mi casa y de mi vida estuvo impregnado de su presencia: sus patitas correteando en las mañanas, su manera de acurrucarse en mi pecho cuando la tristeza me vencía, ese ladrido agudo que parecía reírse del mundo.

Hace dos semanas, un problema cardíaco se la llevó. Fue rápido. Tan rápido que todavía me cuesta creer que ya no está. A veces me descubro llamándola sin pensar, buscando su cuerpito tibio en la cama. Y entonces me inunda el silencio.

Nunca imaginé que el dolor por perder a un animalito pudiera ser tan profundo. Pulga era mi familia. Era la alegría de mis días grises, la compañía fiel que nunca pedía nada más que cariño y presencia.

Pero en medio del duelo, hay gratitud. Por cada instante compartido, por cada mirada, por haber tenido el privilegio de cuidarla y de ser cuidado por ella. Hoy sé que los lazos de amor verdadero no conocen tamaño ni especie.

Si alguien lee estas líneas y también ha perdido a un compañero peludo, quiero decirle que el dolor es real y legítimo. No se apuren en sanarlo. Dejen que duela, porque en ese dolor habita el eco de todo lo hermoso que fue compartido.

Y a ti, mi pequeña Pulga, solo puedo decirte gracias. Siempre estarás conmigo.