📩 Lecciones de una estafa

A veces cuesta aceptar que uno ha sido engañado. Es un golpe al orgullo, a la confianza, a la propia imagen que uno tiene de sí mismo. Pero aquí estoy, escribiendo estas líneas para soltar parte de esa carga y, quizá, para que alguien más no tropiece en la misma piedra.

Hace poco fui víctima de una estafa en línea. Una supuesta inversión rápida, con promesas de rentabilidad extraordinaria, presentada con todo el envoltorio de la modernidad y la credibilidad. Admito que, aunque tenía mis reservas, el deseo de mejorar mi situación económica nubló mi juicio. Di un paso que, en el fondo, sabía que debía evitar.

Cuando todo se derrumbó, cuando el contacto desapareció y las cuentas quedaron vacías, sentí una mezcla de rabia, vergüenza y tristeza. Pero más allá del golpe económico —que sin duda fue doloroso— el verdadero impacto fue emocional: la sensación de haber sido ingenuo, de haber confiado cuando no debía.

Hoy, pasado ya el sacudón inicial, rescato algo valioso de esta experiencia amarga. He aprendido a desconfiar de las soluciones fáciles, a investigar más a fondo, a escuchar esa voz interior que muchas veces sabe más que la razón apurada. También he aprendido a no juzgar con dureza a quienes han pasado por lo mismo. Porque el engaño se disfraza de mil formas, y nadie está completamente a salvo.

Escribo esta carta para recordarme, y quizá recordarles a ustedes, que el aprendizaje más importante es el que se lleva en la piel. Que caerse no nos define, pero sí lo hace la manera en que nos levantamos. Y que, aunque haya estafadores en el mundo, también hay resiliencia en quienes deciden no quedarse atrapados en el dolor.

Gracias por este espacio de escucha.