⚠️ Nota editorial:
Esta carta pertenece a uno de nuestros lectores.
Su contenido no representa nuestra opinión ni debe considerarse de nuestra autoría.
🚫 El siguiente texto no constituye un consejo profesional.
💬 Le invitamos a leer con criterio reflexivo.
📩 Lo que quedó tras el divorcio
No sé bien por qué escribo esta carta. Quizá porque a veces uno necesita decirle a alguien —aunque sea a un lector anónimo del otro lado de la pantalla— lo que no puede decirle a quienes le rodean.
El divorcio no fue una sorpresa. Los años venían dejando señales que preferimos ignorar. Rutinas que se volvieron paredes. Conversaciones que dejaron de fluir. Cariños que se desdibujaron. Y, sin embargo, cuando llegó la firma final, cuando cada uno tomó sus cajas y salió por una puerta distinta, sentí un vacío que no imaginaba.
No es solo la ausencia del otro cuerpo en la cama o el eco en el apartamento vacío. Es la ruptura de un proyecto, de los sueños que alguna vez se tejieron juntos. Es descubrir que uno no sabe del todo quién es fuera de ese “nosotros”.
He llorado más de lo que admito. He dudado más de lo que creía posible. Pero también he empezado a encontrar, en medio de este proceso áspero, pequeños destellos de algo parecido a la paz. La libertad duele, pero también sana. Y quizá el mayor aprendizaje es que uno puede renacer, aunque sea despacio, aunque sea entre escombros.
Si alguien que lee esto está en medio de su propio duelo por un divorcio, solo le diría que se permita transitarlo sin culpas. Que cada lágrima es necesaria, que cada silencio también lo es. Y que, aunque ahora cueste creerlo, habrá nuevos amaneceres.
Gracias por ofrecer este espacio donde uno puede soltar lo que a veces pesa demasiado.
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