Vivimos una época en la que se espera que cada uno de nosotros sea su propio coach, su terapeuta, su guía espiritual y su empresa personal. Todo lo que necesitamos —según nos dicen— está dentro. Hay que visualizar, decretar, vibrar alto, agradecer, perdonar, y seguir siempre adelante. Nunca detenerse. Nunca dudar. Nunca caer.

“Tú puedes con todo”, dice la taza. Pero, ¿y si no puedo? ¿Y si no quiero? ¿Y si necesito parar?

La llamada “autoayuda” prometía empoderarnos. Pero cuando se vuelve mandato moral, se transforma en su contrario: una autoexigencia tóxica que nos culpa por sentirnos mal y que convierte el crecimiento personal en un deber inagotable.


La industria del mejoramiento infinito

La autoayuda mueve miles de millones de dólares al año. Libros, seminarios, podcasts, cuentas de Instagram, gurús espirituales y coaches de todo tipo proliferan como respuesta a un mundo cada vez más incierto. En apariencia, ofrecen esperanza. En la práctica, muchas veces refuerzan la idea de que si la vida no mejora, es culpa nuestra por no esforzarnos lo suficiente.

La psicóloga Laurie Santos (2020) señala que muchos consejos populares de autoayuda están desvinculados de evidencia científica y que, en lugar de aliviar el malestar, lo profundizan al generar expectativas irreales sobre la felicidad.

“El problema no es buscar estar bien. El problema es creer que siempre debemos estarlo.”


Las promesas que silencian el dolor

Entre los mensajes más populares de la autoayuda tóxica se encuentran:

  • “Todo pasa por algo.”
  • “Si lo deseas con suficiente fuerza, lo conseguirás.”
  • “Agradece incluso lo malo.”
  • “El universo te da lo que vibras.”
  • “Sé siempre positivo.”

Estos enunciados, aunque suenan amables, pueden tener efectos devastadores:

  • Invalidan el sufrimiento legítimo.
  • Promueven la culpa cuando algo no sale bien.
  • Desconocen las condiciones materiales y sociales que influyen en la vida.
  • Fomentan la negación emocional como virtud.

En palabras de la filósofa Susan Neiman (2008), el pensamiento positivo extremo infantiliza la conciencia y empobrece la ética, al reducir la complejidad de la vida a una cuestión de actitud individual.


El mandato de la felicidad: una nueva forma de opresión

La autoayuda tóxica no solo actúa en el plano emocional, sino también simbólico: impone un ideal de sujeto feliz, eficiente, resiliente y luminoso, como si fracasar o deprimirse fueran errores morales.

Zygmunt Bauman (2007) advierte que la modernidad líquida ha hecho de la felicidad un imperativo, no un deseo. Y quien no lo alcanza, no solo se siente triste, sino culpable por su tristeza.

“La felicidad obligatoria convierte la tristeza en un fallo personal.”

Así, en lugar de acompañar los procesos humanos, la autoayuda tóxica los niega, los acelera o los trivializa. Y eso no sana. Eso aliena.


Lo que no se dice: el privilegio detrás de muchos mensajes

Otro problema de este discurso es que ignora el contexto social, económico y cultural. “Sigue tus sueños”, por ejemplo, no significa lo mismo para alguien con seguridad económica que para quien vive en precariedad. “Sal de tu zona de confort” no suena igual si tu zona de confort ya es una zona de dolor.

La antropóloga Barbara Ehrenreich (2009) criticó duramente el positivismo radical tras su experiencia con el cáncer: encontró que el entorno exigía optimismo incluso ante la enfermedad, y que dudar o enojarse era visto como obstáculo a la curación.

“Pensar en positivo puede ayudar, pero también puede convertirse en una tiranía emocional.”


¿Qué sí ayuda? Una ética del cuidado real

No todo en la autoayuda es descartable. Hay herramientas valiosas cuando se combinan con autoconciencia, límites y acompañamiento profesional. Pero para que la búsqueda de bienestar sea sana, debe cumplir al menos con estos principios:

  • Aceptar la tristeza como parte legítima de la vida.
  • Honrar los procesos lentos, sin exigencia de resultados inmediatos.
  • Buscar ayuda profesional cuando se necesite.
  • Reconocer los límites personales como sabiduría, no como fracaso.
  • No romantizar el dolor, pero tampoco negarlo.

“No todo se supera. Algunas cosas solo se aceptan con dignidad.”


Conclusión

La autoayuda tóxica nos ha hecho creer que todo depende de nuestra actitud, incluso lo que no controlamos. Nos ha exigido sonreír cuando lo humano sería llorar, seguir cuando lo sabio sería detenerse, agradecer cuando lo justo sería rebelarse.

Resistir este mandato no es caer en el victimismo. Es recuperar la complejidad, la dignidad y la autenticidad de ser quienes somos, con luces y sombras, con certezas y caos, con días brillantes y otros donde solo se puede respirar.

“La verdadera ayuda no exige mejora. Ofrece acompañamiento.”

Y eso, quizás, es lo que más necesitamos hoy: menos mandatos y más humanidad.


Referencias

  • Bauman, Z. (2007). Vidas desperdiciadas: La modernidad y sus parias. Paidós.
  • Ehrenreich, B. (2009). Sonríe o muere: La trampa del pensamiento positivo. Turner.
  • Neiman, S. (2008). Maldad moral. Katz Editores.
  • Santos, L. (2020). The Happiness Lab [Podcast]. Pushkin Industries.