Vivimos en una era de superficies brillantes, de manos desinfectadas, de entornos estériles. Los anuncios nos enseñan que la limpieza es salud, que eliminar los gérmenes es protegernos, que lo sucio es un enemigo invisible al que hay que erradicar. Y sin embargo, en esta cruzada moderna por la asepsia total, hemos olvidado algo fundamental: no fuimos diseñados para vivir separados del mundo microbiano.
El cuerpo como ecosistema
Nuestro organismo no es un ente aislado, sino un ecosistema dinámico en el que conviven millones de bacterias, hongos y microorganismos esenciales para nuestro equilibrio. El microbioma —especialmente el intestinal— desempeña un papel clave en la digestión, la inmunidad y, como ahora sabemos, también en la salud mental. Trastornos como la depresión o la ansiedad han comenzado a vincularse con desequilibrios en esta comunidad microscópica que habita en nosotros.
El contacto con la tierra, los animales, el aire libre y los entornos naturales ricos en biodiversidad alimenta y fortalece ese ecosistema interno. Ensuciarse las manos en el jardín, convivir con mascotas, caminar descalzos… todo eso nutre, literalmente, la salud.
Obsesión por la limpieza: ¿protección o desconexión?
La modernidad ha equiparado limpieza con moral. Lo impecable es lo correcto, lo seguro, lo civilizado. Pero al esterilizar nuestros hogares, nuestras comidas y nuestras interacciones con lo natural, también hemos esterilizado el alma.
Este rechazo simbólico a lo sucio se ha filtrado en nuestras emociones. No toleramos lo incómodo, lo imperfecto, lo desordenado. Queremos relaciones impolutas, rutinas sin sobresaltos, emociones contenidas. Rehuimos el conflicto como si fuera contagioso, ocultamos el dolor como si fuera vergonzoso. Y en esa obsesión por mantener todo bajo control, perdemos salud.
Higiene emocional: ensuciarse es también sanar
Proponemos entonces una idea alternativa: la higiene emocional. No como represión o esterilización de lo vivido, sino como una forma de reconectar con lo vivo, lo real, lo desordenado y fértil.
Abrazar el caos de una tarde bajo la lluvia. Aceptar la tristeza sin taparla con frases de superación. Tocar la tierra con las manos y aceptar que la imperfección es parte de lo humano. Esta forma de vivir más próxima a la naturaleza —en todos los sentidos— fortalece no solo el cuerpo, sino el espíritu.
“No es la limpieza lo que nos sana, sino la armonía con el entorno que habitamos.”
— DesdeLaSombra.
Volver a ensuciarnos (con sentido)
Los niños que crecen en granjas o en contacto con la tierra suelen tener menos alergias, menos enfermedades autoinmunes, y una mayor diversidad microbiana en su organismo. Y también suelen jugar más, conectar mejor con sus emociones, y encontrar sentido en lo simple. Quizá porque no han sido criados con miedo al mundo exterior, sino en diálogo con él.
Este fenómeno, conocido como la hipótesis de la biodiversidad, sugiere que cuanto más variados sean nuestros entornos microbianos, más resilientes seremos. No se trata de abandonar la higiene, sino de encontrar un punto de equilibrio entre protección y exposición. Entre limpiar y habitar.
El derecho a vivir entre bacterias
Frente a una cultura que aspira a lo aséptico, proponemos una cultura que abrace lo vivo. Que no tema ensuciarse, que no confunda orden con salud ni control con bienestar. Porque hay belleza en lo no pulido. Hay sanación en lo que brota entre la tierra húmeda y las emociones desordenadas.
“La tierra bajo las uñas no es suciedad, es conexión.”
— DesdeLaSombra.
Conclusión: sanar sin esterilizar
Necesitamos recuperar una visión más amplia y compleja de lo que significa estar sanos. Incluir en esa noción no solo la ausencia de enfermedad, sino la presencia de vida: vida microscópica, emocional, simbólica. Volver a ensuciarnos —con criterio, con sentido, con respeto— es volver a sentirnos parte del mundo.
No toda suciedad es amenaza. No todo desorden es peligro. A veces, lo que más necesitamos es justamente eso que hemos aprendido a rechazar: un poco de tierra, un poco de caos, un poco de imperfección para recordarnos que estamos vivos.
Referencias
- Blaser, M. (2014). Missing Microbes: How the Overuse of Antibiotics Is Fueling Our Modern Plagues. Editorial Debate.
- Rook, G. A. (2013). Regulation of the immune system by biodiversity from the natural environment: An ecosystem service essential to health. Proceedings of the National Academy of Sciences, 110(46), 18360-18367.
- Pérez, A. (2019). El intestino emocional. Barcelona: Ediciones Urano.
- Muñoz, J. (2022). “La vida microbiana que necesitamos”. Revista Ecología y Salud, 17(3), 42-47.