Vivimos en una época donde disentir equivale a traicionar. Donde cuestionar una consigna es ser etiquetado como enemigo. Donde los matices se diluyen bajo la presión de banderas ideológicas que lo absorben todo. La política, que debería ser el arte de la organización colectiva y la búsqueda del bien común, se ha convertido en muchos contextos en una maquinaria de polarización emocional. Y esa transformación no es casual. Es una estrategia.


La polarización como herramienta deliberada de poder

Desde la antigua Roma hasta las democracias contemporáneas, el principio de “divide y vencerás” ha demostrado su eficacia para controlar pueblos, sofocar resistencias y perpetuar estructuras de privilegio. Un cuerpo social cohesionado es capaz de cuestionar, exigir, organizar. Un cuerpo fragmentado, en cambio, se dispersa en luchas internas, gasta su energía en disputas laterales y pierde de vista al verdadero responsable de sus frustraciones.

“Cuando el pueblo pelea entre sí, el poder duerme tranquilo.”
— DesdeLaSombra

Hoy, más que nunca, la política recurre a identidades enfrentadas: el patriota contra el traidor, el pobre contra el rico, el tradicional contra el progresista. Y aunque estas divisiones tengan bases reales, muchas veces son exageradas, instrumentalizadas y manipuladas para generar una emoción primaria: miedo o ira. Emociones que no requieren pensamiento, solo reacción.


Enemigos simbólicos: una construcción funcional

Los partidos, tanto de izquierda como de derecha, necesitan movilizar emociones para sobrevivir. Las causas racionales no bastan para llenar plazas ni ganar elecciones. Por eso crean narrativas donde el “otro” —el extranjero, el empresario, el feminista, el religioso, el ateo, el burgués, el comunista— encarna el mal a combatir.

Estas figuras no se construyen para resolver problemas, sino para mantener encendida la llama tribal que sostiene la lealtad ideológica. Mientras el odio se dirige hacia el otro bando, se evita mirar hacia arriba, hacia el poder real que sigue intacto. Así, el rico y el pobre que podrían aliarse en una causa justa, terminan enfrentados por una caricatura del enemigo. El vecino se convierte en amenaza, y el pensamiento crítico en traición.


Pensamiento cancelado: de la razón a la reacción

La consecuencia más grave de esta lógica no es solo la fragmentación social, sino la erosión del pensamiento. Ya no se escucha para comprender, sino para responder. Ya no se debate para buscar verdad, sino para ganar. La política del antagonismo cancela el matiz, desprecia la duda y glorifica la certeza ciega.

“Donde no se permite pensar, solo queda obedecer o gritar.”
— DesdeLaSombra

En este contexto, el ciudadano deja de ser sujeto político para convertirse en repetidor de consignas. La indignación reemplaza al análisis, y la pasión ideológica suple la búsqueda honesta de justicia. Quien intenta matizar, es acusado de tibio. Quien no toma partido, es señalado como cómplice. Pero en realidad, tomar distancia puede ser el acto más radical de lucidez en un sistema que vive de la confrontación.


¿Por qué caemos en la trampa?

La polarización funciona porque apela a lo emocional, no a lo racional. Brinda pertenencia, sentido, identidad. En tiempos de incertidumbre, es más fácil aferrarse a una causa absoluta que asumir la complejidad de los problemas sociales. Además, la polarización ofrece un enemigo claro, y eso da dirección al descontento.

También influye el diseño algorítmico de las redes sociales, que nos encierra en cámaras de eco donde solo vemos versiones extremas de la realidad. Esto refuerza nuestras convicciones y nos vuelve cada vez más intolerantes a la diferencia.

El resultado es una ciudadanía manipulada, dividida, emocionalmente saturada y políticamente desorientada.


Una ciudadanía crítica: más allá de la ideología

El antídoto no está en dejar de participar, sino en participar con conciencia. Ser crítico no significa ser apático. Significa desconfiar de las consignas, cuestionar los discursos, exigir coherencia y rechazar el odio como método de organización social.

Necesitamos reconstruir el valor del pensamiento independiente. Reconocer que la ética está por encima de cualquier programa político. Que ninguna causa justifica la deshumanización del otro. Que el disenso puede ser saludable si se ejerce con respeto, y que el verdadero progreso requiere diálogo, no trincheras.

“Una sociedad madura no es la que elige un bando, sino la que sabe sostener una conversación.”
— DesdeLaSombra


Detectar la manipulación: claves para resistir

Algunas preguntas útiles para identificar discursos divisivos:

  • ¿Este mensaje me invita a pensar o me empuja a odiar?
  • ¿La persona o grupo al que se ataca tiene voz para defenderse?
  • ¿Se presentan los hechos con datos o con frases cargadas de emoción?
  • ¿Hay espacio para el matiz o todo se reduce a blanco y negro?
  • ¿Se promueve la unidad o se busca culpables?

Responder estas preguntas no nos exime de tomar posturas, pero sí nos obliga a hacerlo desde un lugar más consciente.


Conclusión

La política debería ser una herramienta para unir, no para fragmentar. Una práctica de encuentro, no de confrontación permanente. Pero mientras los discursos de odio sigan siendo rentables, es tarea del ciudadano resistirlos. No desde la apatía, sino desde la ética. No desde el fanatismo, sino desde el pensamiento.

Recuperar el diálogo es urgente. Reaprender a escuchar sin gritar. A disentir sin odiar. A dudar con inteligencia. Porque solo así podremos construir una ciudadanía menos apasionada por la ideología y más comprometida con la verdad.

“La libertad no nace de gritar más fuerte, sino de pensar más profundo.”
— DesdeLaSombra


Referencias

  1. Mouffe, C. (2005). On the Political. Routledge.
  2. Arendt, H. (1972). Crisis of the Republic. Harcourt Brace Jovanovich.
  3. Brown, W. (2006). Regulating Aversion: Tolerance in the Age of Identity and Empire. Princeton University Press.