Desde temprana edad, somos llevados a un lugar donde aprenderemos lo que el mundo espera de nosotros: cómo comportarnos, qué pensar, qué no decir. A ese lugar lo llamamos escuela. Y si bien la educación es uno de los pilares más nobles de la humanidad, también puede ser —según cómo se conciba— una forma de domesticación.
¿Estamos formando ciudadanos libres o sujetos obedientes? ¿Es la educación un acto de emancipación o de ajuste social?
Estas preguntas, lejos de ser meramente teóricas, nos interpelan desde lo cotidiano, desde cada aula, cada currículo, cada examen estandarizado. Porque allí, en lo que se enseña y en lo que se omite, se revela una visión de mundo.
Educación: una promesa de libertad
Históricamente, la educación ha sido asociada a la posibilidad de emancipación. Desde Sócrates hasta Paulo Freire, la enseñanza se ha pensado como un proceso que despierta la conciencia, expande la capacidad crítica y habilita a los sujetos para transformar su realidad.
“La educación no cambia el mundo. Cambia a las personas que van a cambiar el mundo.” — Paulo Freire (1970)
Bajo esta mirada, educar no es llenar de contenidos, sino provocar el pensamiento, cultivar la duda, invitar al diálogo. Se enseña para que cada persona pueda ser más libre, más lúcida, más capaz de decir “no” cuando el poder se vuelve injusto.
Domesticación: obedecer sin cuestionar
Pero la historia no es tan limpia. La escuela moderna, tal como la conocemos, nace en paralelo con el auge de los estados-nación y las economías industriales, donde se necesitaban ciudadanos obedientes, trabajadores puntuales, cuerpos normados y mentes disciplinadas.
El sociólogo Michel Foucault (1975) mostró cómo las instituciones —la cárcel, el hospital, el cuartel y la escuela— comparten estructuras similares: jerarquías, vigilancia, horarios, premios y castigos. No solo se enseña el contenido: se moldea la conducta.
“Se trata de entrenar cuerpos dóciles, no mentes libres.” — Michel Foucault, Vigilar y castigar
La domesticación aparece allí donde la enseñanza deja de ser una invitación al pensamiento y se convierte en una fábrica de comportamientos esperados.
El currículo oculto: lo que se enseña sin decirlo
Todo sistema educativo transmite, además de sus contenidos explícitos, un conjunto de valores implícitos: normas, hábitos, formas de ver el mundo que naturalizan el orden establecido. A esto se lo ha llamado “currículo oculto”.
- Cuando se premia al niño que no cuestiona al docente.
- Cuando se censuran las preguntas incómodas.
- Cuando se enseña historia desde una sola perspectiva nacional.
- Cuando se evalúa el éxito solo en términos de productividad o eficiencia.
Allí opera una lógica de domesticación: adaptar al individuo al sistema, no cuestionar el sistema por sus efectos sobre el individuo.
¿Quién decide qué es “educar bien”?
Este dilema nos obliga a preguntar: ¿quién diseña la educación? ¿Quién define qué vale la pena aprender? ¿Qué intereses económicos, ideológicos o políticos se filtran en los planes de estudio?
Desde las lecturas obligatorias hasta las materias eliminadas, desde la arquitectura del aula hasta la duración de la jornada escolar, todo habla de una intencionalidad. A veces explícita. A veces naturalizada.
“Toda educación es política, incluso cuando finge ser neutral.” — bell hooks (1994)
Educar sin conciencia crítica de sus propios fundamentos puede ser el acto más efectivo de domesticación cultural.
¿Es posible una educación sin domesticación?
Tal vez no del todo. Todo acto de enseñar implica cierta forma de dirección, de selección, de encuadre. Pero la diferencia está en el propósito y en la conciencia de ese acto.
Una educación emancipadora no niega la autoridad, pero la ejerce con humildad, como guía, no como amo. Promueve la crítica, no la obediencia ciega. Invita a pensar con otros, no a repetir lo que otros han pensado.
Estas son algunas claves para una educación menos domesticadora:
- Fomentar la pregunta antes que la respuesta.
- Enseñar a pensar, no solo a memorizar.
- Abrir espacios de diálogo intergeneracional y multicultural.
- Revisar críticamente los contenidos y sus supuestos ideológicos.
- Evaluar desde la comprensión, no desde el castigo.
La educación puede seguir siendo un acto revolucionario, si se atreve a cuestionarse a sí misma.
Conclusión
En el fondo, la tensión entre educar y domesticar es también la tensión entre libertad y control. No se trata de abolir toda forma de estructura, sino de que esa estructura no anule la singularidad. Que guíe sin encerrar, que oriente sin imponer, que forme sin adiestrar.
“Educar es enseñar a mirar el mundo sin dejar de mirarse a uno mismo.”
Y eso, en una época de algoritmos, consumo y automatización, puede ser el gesto más radical de todos: formar sujetos que se atrevan a pensar por sí mismos, incluso cuando todo les dice lo contrario.
Referencias
- Foucault, M. (1975). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Siglo XXI.
- Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI.
- hooks, b. (1994). Teaching to Transgress: Education as the Practice of Freedom. Routledge.
- Illich, I. (1971). La sociedad desescolarizada. Barral Editores.
- Gvirtz, S., & Poggi, M. (2005). El currículum oculto. Paidós.