En un mundo que aplaude la astucia, glorifica la estrategia y exalta el pensamiento frío como signo de poder, resulta urgente preguntarse: ¿a dónde nos lleva una razón divorciada de toda consideración ética? ¿Es posible que la inteligencia mal orientada sea más peligrosa que la ignorancia? Y sobre todo, ¿qué sucede cuando alguien, amparado en la supuesta racionalidad de sus decisiones, justifica acciones que destruyen vínculos, instrumentalizan personas o perpetúan injusticias?


El rostro amable de la manipulación

Vivimos en una cultura donde “ser estratégico” se ha convertido en un elogio. Se admira al que planifica, calcula, evalúa riesgos, maximiza beneficios. Pero detrás de ese aparente pragmatismo puede esconderse un rostro menos noble: el del egoísmo racionalizado.

Hay decisiones que se presentan como lógicas pero son simplemente inmorales. Hay frases que suenan maduras —“esto es lo mejor para mí”, “no tengo por qué dar explicaciones”, “cada quien que se haga cargo de lo suyo”—, pero que enmascaran una actitud de indiferencia, desapego o cinismo afectivo.

“La razón sin empatía es como un cuchillo afilado sin mango: útil para quien lo empuña, mortal para quien lo recibe.” — DesdeLaSombra


Estrategia o justificación

No toda estrategia es insensible. Pero no toda insensibilidad es inteligente. A menudo, lo que se llama “estrategia” es simplemente un ejercicio de manipulación que utiliza a las personas como piezas de ajedrez para el beneficio propio.

Cuando alguien abandona una relación sin honestidad, rechaza asumir consecuencias de sus actos o toma decisiones que afectan a otros sin siquiera considerar su impacto, puede justificarse diciendo que está “pensando en su bienestar”. Pero eso no es pensamiento estratégico: es cálculo narcisista.

Un ejemplo claro:

  • Estrategia auténtica: pensar cómo cuidar mi bienestar sin dañar el de los demás.
  • Estrategia perversa: buscar mi bienestar aunque eso implique desestabilizar, herir o usar al otro.

La trampa del autosacrificio obligatorio

Ahora bien, tampoco se trata de lo contrario: no se propone aquí que toda decisión deba priorizar al otro por encima de uno. También hay un error ético en sacrificar constantemente la propia voz por miedo a parecer egoísta.

Hay quien reprime su necesidad de límites, espacio, silencio o decisión por temor a ser juzgado. En nombre de la empatía, vive anestesiado. En nombre del “bien común”, se abandona.

Pero la ética auténtica no es sacrificio unilateral, sino equilibrio entre la responsabilidad propia y la consideración del otro. Buscar el bienestar personal no es egoísmo, siempre que no sea a costa de manipular, mentir o excluir la humanidad de los demás.


¿Es razonable herir?

Quienes usan la razón como excusa para evitar el diálogo emocional suelen decir cosas como:

  • “No tengo por qué explicar lo que siento.”
  • “Eso es irracional, yo actúo desde la lógica.”
  • “No me interesa lo que el otro entienda, yo sé lo que hago.”

Sin embargo, toda lógica que no incluye al otro no es racionalidad, es autismo ético. No porque alguien tenga claro su argumento significa que ese argumento es éticamente defendible.

La filosofía ha advertido de esto desde siempre. Como advirtió Pascal:

“El corazón tiene razones que la razón no entiende.”
— Blaise Pascal

Y como añadió Martha Nussbaum:

“La emoción no es enemiga de la razón, sino su complemento esencial cuando hablamos de decisiones humanas.”
— Nussbaum (2001)


El dilema ético: cuidar de sí sin dejar de mirar al otro

¿Cómo lograr que razón, estrategia y ética se encuentren?

  1. Preguntándonos siempre por las consecuencias de nuestros actos en el otro, incluso si nuestras intenciones son claras.
  2. Abandonando la falsa dicotomía entre egoísmo y altruismo. Hay decisiones que benefician a ambos, si se piensan con madurez.
  3. Evaluando el “precio humano” de nuestras estrategias: ¿Estoy usando a alguien? ¿Estoy causando un dolor que podría evitarse?
  4. Asumiendo que la ética no está reñida con el interés propio, pero exige no usar al otro como medio para un fin.

Pensar con corazón, decidir con criterio

La verdadera inteligencia no es la que gana debates, sino la que construye vínculos sostenibles, decisiones honestas y acciones responsables. Una estrategia madura no excluye la sensibilidad: la incorpora. Una razón completa no niega las emociones: las traduce con lucidez.

“El criterio no es solo una facultad lógica, sino una forma ética de pensar en conjunto.”
— DesdeLaSombra


Conclusión

Poner a uno mismo en primer lugar no es un crimen. Pero poner al otro como último, siempre, sí es una forma de crueldad disfrazada de eficiencia. Hay formas de pensar que brillan por su rapidez, pero apagan todo a su paso.

No se trata de elegir entre razón o afecto, entre estrategia o empatía. Se trata de conjugar ambos polos, de diseñar decisiones que sirvan no solo para lograr metas, sino también para dejar huellas limpias, vínculos sanos y coherencia personal.

Porque no basta con tener razón. Hay que tener conciencia.


Referencias

  • Nussbaum, M. C. (2001). La fragilidad del bien: fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega. Paidós.
  • Pascal, B. (1994). Pensamientos. Alianza Editorial. (Obra original publicada en 1670).