La vida es un derecho, no una obligación. Esta frase, tan simple como poderosa, resume una de las tensiones más complejas del debate contemporáneo sobre el suicidio asistido. ¿Puede una persona, en pleno uso de su razón, decidir cuándo y cómo morir cuando la vida ya no es más que una prolongación del sufrimiento? ¿Debe el Estado, la medicina o la moral religiosa imponer la continuidad de una existencia que ha dejado de ser digna para quien la habita?
Esta entrada propone una reflexión madura, filosófica y respetuosa sobre el suicidio asistido como acto de libertad, no de derrota, y como expresión ética de autonomía frente al sufrimiento irreversible.
Autonomía personal: el fundamento ético de la autodeterminación
En una sociedad que valora la libertad como bien supremo —para elegir pareja, profesión, creencias, identidad— resulta incoherente negar esa libertad en su expresión más íntima y definitiva: la posibilidad de decidir sobre el propio morir.
La autonomía no consiste en hacer lo que se quiere en cualquier momento, sino en tener la capacidad racional de tomar decisiones sobre la propia vida conforme a valores personales. Y si la vida se ha tornado en un estado de sufrimiento físico o psíquico irreversible, negar esa autonomía es imponer una forma de tortura pasiva amparada por el sistema.
Como afirma Ronald Dworkin:
“El derecho a la vida no implica la obligación de vivir a toda costa, sino el derecho a vivir —y morir— con dignidad.”
— Dworkin (1993)
Dignidad y sufrimiento: ¿quién decide qué es tolerable?
Uno de los argumentos más sensibles del debate es el de la dignidad. Para algunos, toda vida humana posee dignidad incondicional. Para otros, la dignidad incluye la libertad de decidir cuándo esa vida ha dejado de ser soportable.
- Un paciente con enfermedad terminal que ha perdido su autonomía física.
- Una persona con sufrimiento psíquico crónico no tratable, validado clínicamente.
- Quienes han agotado todos los tratamientos sin encontrar alivio.
En estos casos, mantener la vida a toda costa puede ser más cruel que permitir su final anticipado, sobre todo si ese final ocurre con acompañamiento médico, emocional y familiar.
“No hay mayor dignidad que elegir cómo se atraviesa la última puerta.”
— DesdeLaSombra
Objeciones morales y religiosas: una mirada crítica
Los argumentos contrarios al suicidio asistido suelen provenir de tradiciones religiosas o visiones morales absolutistas que consideran la vida como sagrada y no disponible. Estas posturas merecen ser escuchadas, pero no pueden imponerse como política pública universal en una sociedad pluralista.
- La moral religiosa podría resultar válida para quienes la profesan, no para quienes eligen otra cosmovisión.
- El Estado laico debe garantizar derechos individuales, no verdades trascendentales.
Además, la tradición médica que dice “no dañar” debe repensarse cuando el daño real es la prolongación del sufrimiento contra la voluntad informada del paciente.
Suicidio asistido no es abandono: es acompañamiento hasta el final
Contrario a lo que algunos suponen, permitir el suicidio asistido no significa desentenderse del paciente, sino acompañarlo con humanidad, escucha y respeto en un proceso profundamente personal.
- Implica protocolos médicos rigurosos.
- Requiere evaluación psiquiátrica y ética.
- Se realiza con supervisión, contención emocional y respeto a los tiempos del paciente.
Países como Suiza, Países Bajos, Canadá y Bélgica han legislado esta práctica con normas claras y resultados positivos en términos de calidad de vida hasta el final.
La libertad como afirmación, no como rendición
Permitir morir no es matar. Es afirmar la libertad en su forma más radical. Es decirle al individuo: “Su experiencia subjetiva de la vida es válida. Sus límites son legítimos. Sus decisiones importan”.
No se trata de promover la muerte. Se trata de respetar la vida, en toda su complejidad, incluso cuando esa vida ya no es vivible para quien la habita.
“No es la muerte la que se elige, sino la forma de no traicionarse en el último tramo del camino.”
— DesdeLaSombra
Conclusión
La muerte no es lo contrario de la vida, sino parte de ella. Negar el suicidio asistido como posibilidad ética es ignorar que la vida no siempre es amable, y que no siempre es posible sostenerla con dignidad.
Aceptar este derecho no significa banalizarlo, sino asumir con seriedad el dolor ajeno y confiar en la autonomía de las personas racionales. Porque nadie más que uno mismo puede saber cuándo ha llegado ese punto donde vivir ya no es un acto de esperanza, sino de resistencia insoportable.
“Morir eligiendo no es negar la vida, sino afirmar que la libertad no se extingue con el sufrimiento.”
— DesdeLaSombra
Referencias
- Dworkin, R. (1993). Life’s Dominion: An Argument About Abortion, Euthanasia, and Individual Freedom. Vintage.
- Nussbaum, M. C. (2006). Las fronteras de la justicia: consideraciones sobre la justicia global. Paidós.
- Battin, M. P. (2005). Ending Life: Ethics and the Way We Die. Oxford University Press.