Posponer. Esperar “el momento adecuado”. Decidir mañana. Con cada aplazamiento, con cada silencio que sustituye una elección, la vida se diluye sin que lo notemos. No siempre se trata de pereza ni de falta de voluntad. A menudo, postergar decisiones importantes es una forma de protegernos del abismo del cambio, de evitar el vértigo que produce la libertad.
Pero esa protección tiene un precio: la postergación prolongada puede convertirse en una renuncia silenciosa a quienes podríamos ser. Esta entrada propone una reflexión ética y profunda sobre la indecisión, el autoengaño y el valor de actuar a pesar del temor.
No siempre es pereza: la psicología de la postergación
Desde la psicología, la postergación (procrastinación) no siempre es fruto de desorganización o flojera. Muchas veces se trata de un mecanismo de defensa emocional ante:
- Miedo a tomar una mala decisión.
- Pánico a decepcionar a otros (o a uno mismo).
- Necesidad de controlar lo incierto.
- Resistencia inconsciente al crecimiento.
Como señala Piers Steel (2007), las personas posponen más cuanto mayor es la carga emocional percibida de la decisión.
“La indecisión es a veces un escudo: un intento de evitar el dolor que toda transformación implica.”
— DesdeLaSombra
Cada decisión aplazada es una versión de uno mismo que se debilita
La vida no espera. Y aunque elegir siempre implica pérdida, no elegir también es una forma de elección: una elección pasiva, pero profundamente determinante.
- La relación que no se termina.
- El proyecto que nunca se empieza.
- La conversación que siempre se aplaza.
Todo ello es tiempo acumulado en silencio, identidad suspendida. Como escribió Jean-Paul Sartre:
“Somos nuestras elecciones.”
— Jean-Paul Sartre (1946)
No decidir es también definirnos, aunque no nos guste la imagen que eso refleja.
Miedo al cambio: ¿qué hay detrás?
El cambio moviliza las capas más profundas de nuestra estructura emocional. Genera:
- Incertidumbre: lo desconocido activa zonas del cerebro asociadas al peligro.
- Culpa anticipada: tememos arrepentirnos antes de actuar.
- Soledad: decidir implica a veces alejarse de entornos cómodos.
Por eso, muchas decisiones importantes —aunque necesarias— se aplazan sin fecha.
Pero la madurez emocional no implica ausencia de miedo, sino capacidad de actuar a pesar de él.
Claves para cultivar una decisión consciente
1. Nombrar el miedo
Identificar con claridad qué se teme permite desactivarlo parcialmente. ¿Es rechazo? ¿Fracaso? ¿Soledad? ¿Perder el control?
2. Visualizar escenarios
Imaginemos no solo lo que puede salir mal, sino lo que perderemos si seguimos postergando.
3. Aceptar la imperfección
Ninguna decisión es infalible. Pero esperar una certeza absoluta es posponer indefinidamente la vida.
4. Desdramatizar la caída
Equivocarse no es el fin. Es parte del trayecto. Tomar una decisión hoy no nos condena; nos transforma.
5. Pensar en términos de autenticidad
Preguntarse: ¿Esta decisión me acerca o me aleja de quien quiero ser?
“Elegir es un acto de honestidad interior; no con los demás, sino con uno mismo.”
— DesdeLaSombra
Conclusión
Postergar no siempre es cobardía, pero puede volverse una forma inadvertida de traición personal. Porque cada día que evitamos decidir, permitimos que el miedo administre nuestras posibilidades.
Decidir, aunque duela, es dar un paso hacia la libertad. No decidir, aunque tranquilice, puede ser renunciar a la vida que nos pertenece.
“La vida no se detiene a esperarnos; nos pide que decidamos si queremos ser quienes somos… o solo la sombra de lo que fuimos posponiendo.”
— DesdeLaSombra
Referencias
- Sartre, J.-P. (1946). El existencialismo es un humanismo. Editorial Losada.
- Steel, P. (2007). The nature of procrastination: A meta-analytic and theoretical review of quintessential self-regulatory failure. Psychological Bulletin, 133(1), 65–94.
- Zafirides, G. (2012). Overcoming procrastination: The surprising science behind it. APA Psychology Topics.