Ser útiles es una de las virtudes más valoradas en la sociedad contemporánea. Se nos enseña desde pequeños que ayudar, colaborar, aportar, resolver, son señales de bondad y responsabilidad. Y sin embargo, en nombre de esa utilidad, muchas personas terminan olvidándose de sí mismas, atrapadas en dinámicas de sacrificio constante, de disponibilidad infinita, de silenciosa servidumbre emocional.

“Ser útil no es lo mismo que estar disponible. Y estar disponible no debería costarnos la dignidad.”

¿Dónde se traza la línea entre servir y ser usados? ¿Cómo identificar el momento en que la virtud se convierte en cárcel?


El elogio social de la utilidad

Vivimos en un mundo que premia lo que funciona, lo que produce, lo que resuelve. La utilidad ha sido entronizada como sinónimo de valor. Quien no es útil, quien no cumple una función concreta, corre el riesgo de volverse invisible o desechable.

La filósofa Martha Nussbaum (2001) alerta sobre este fenómeno: cuando el valor de una persona se mide solo por su función, dejamos de ver al ser humano y empezamos a ver herramientas. Se elogia la eficiencia, pero se invisibiliza el sufrimiento. Se agradece el esfuerzo, pero se exige más. Siempre más.


El sacrificio como deber no cuestionado

Muchas personas no se dan cuenta de que han caído en una forma sutil de esclavitud: la de estar siempre para otros, sin nunca estar para sí mismas. Se sienten valiosas solo cuando son necesarias. Su autoestima se sostiene en la demanda ajena. Y cuando no hay nadie que las necesite, se sienten culpables o inútiles.

Este patrón es especialmente frecuente en entornos familiares, laborales o afectivos donde la disponibilidad permanente se confunde con amor, compromiso o lealtad.

“Cuanto más hacen, más se les pide. Y cuanto menos reclaman, más se les da por sentado.”

Pero la entrega sin límites, sin reciprocidad ni reconocimiento, deja de ser virtud y se convierte en sometimiento.


Utilidad no es identidad

Uno de los efectos más profundos de esta lógica es que muchas personas terminan confundiendo su utilidad con su identidad. Ya no saben quiénes son fuera del rol que cumplen. Pierden contacto con sus propios deseos, con su tiempo, con su cuerpo. Viven en función de lo que otros esperan, no de lo que necesitan realmente.

El filósofo Emmanuel Levinas (1961) proponía una ética del rostro: no mirar al otro por su utilidad, sino por su vulnerabilidad, por su alteridad irreductible. Esa misma mirada deberíamos volver sobre nosotros mismos: no somos funciones, somos vidas.


¿Cómo se disfraza la esclavitud en la vida cotidiana?

A veces no reconocemos la esclavitud porque se presenta con formas aceptadas socialmente:

  • El empleado que no se permite enfermar porque “todos dependen de él”.
  • La madre que se borra a sí misma por completo para sostener a la familia.
  • La pareja que siempre cede, que siempre contiene, que nunca exige.
  • El voluntario que se agota, pero no sabe decir “no”.

En todos estos casos, la utilidad se convierte en prisión. No porque ayudar esté mal, sino porque no hay equilibrio.


El derecho a no estar disponibles

Es urgente recuperar el derecho a la pausa, a la desconexión, al silencio. A veces la mejor forma de ayudarnos a nosotros mismos y a los demás es poniendo un límite firme. Porque no podemos dar eternamente sin agotarnos. Porque cuidar también es saber cuándo parar.

“No toda entrega es generosidad. Algunas son renuncias camufladas.”

Ser útiles no es esclavizarnos. Es elegir, con conciencia, cuándo y cómo dar. Es preservar un espacio interior donde aún podamos preguntarnos: ¿esto que hago, lo hago desde la libertad o desde el miedo?


Conclusión

Hay una gran diferencia entre contribuir y someterse. Entre estar presentes por amor y hacerlo por culpa. Entre ser útiles y ser explotados. Si deseamos relaciones sanas —laborales, familiares, afectivas— debemos aprender a distinguir esa diferencia.

“No nacimos para servir. Nacimos para vivir con sentido. Y a veces, eso incluye decir que no.”

Que no se confunda la luz con la disponibilidad. Que no se confunda la virtud con la obediencia. Porque nadie puede florecer si solo vive en función de lo que otros esperan.


Referencias

  • Levinas, E. (1961). Totalidad e infinito. Cátedra.
  • Nussbaum, M. (2001). Las fronteras de la justicia: Consideraciones sobre la exclusión. Paidós.
  • Han, B.-C. (2014). La agonía del Eros. Herder.