Hay quienes gritan sin motivo aparente. Otros se aíslan o reaccionan con frialdad. Algunos explotan ante estímulos que otros apenas notarían. A menudo, nuestra primera reacción es juzgar: “exagerado”, “conflictivo”, “negativo”. Pero, ¿y si detrás de cada gesto abrupto hubiera una herida? ¿Y si cada reacción desproporcionada no fuera un defecto de carácter, sino una forma de proteger lo más frágil?

Tendemos a observar el comportamiento visible y a olvidarnos del dolor invisible. Sin embargo, juzgar a una persona por sus reacciones sin comprender sus heridas es como juzgar un árbol solo por la forma de sus ramas, sin ver las tormentas que ha soportado bajo tierra.

Esta entrada propone una reflexión profunda sobre la necesidad de mirar con mayor compasión a quienes reaccionan de manera que nos incomoda o desconcierta. No se trata de justificar lo que daña, sino de entender lo que hiere. Porque esa comprensión —humana, ética, madura— puede cambiar la manera en que nos relacionamos con los demás… y con nosotros mismos.


Heridas que no se ven, pero que siguen activas

Las personas no nacen reactivas, desconfiadas o frías. En muchos casos, las reacciones que nos resultan excesivas o incómodas son el resultado de experiencias previas no resueltas:

  • Una infancia marcada por la inestabilidad afectiva.
  • Un entorno donde nunca fue seguro expresar emociones.
  • Relatos de abandono, exclusión o vergüenza.
  • Humillaciones públicas o silenciosas que aún no se han nombrado.

La neurociencia afectiva ha demostrado que el sistema límbico —centro emocional del cerebro— guarda memoria emocional más allá del recuerdo consciente (LeDoux, 2002). Esto significa que una reacción intensa hoy puede no tener relación directa con el presente, sino con una activación inconsciente del pasado.

Como sostiene Gabor Maté:

“No preguntes qué le pasa a una persona. Pregunta qué le pasó.”
— Gabor Maté (2021)


El juicio como defensa ante lo que no comprendemos

Cuando no entendemos algo, tendemos a juzgarlo. Juzgar da una falsa sensación de control, de superioridad moral. Pero el juicio es una forma de defensa contra la vulnerabilidad ajena, que muchas veces refleja la nuestra.

Decimos:

  • “Es muy intenso.”
  • “Siempre se victimiza.”
  • “Tiene problemas con todo.”

Sin darnos cuenta, estas frases reducen a la persona a un rasgo aislado, despojándola de historia, de contexto y de humanidad. Es más fácil encasillar que acercarse. Más fácil etiquetar que escuchar. Pero no más justo.

“Juzgar sin comprender es administrar justicia sin haber escuchado el testimonio más importante: el del dolor.”
— DesdeLaSombra


Comprender no es justificar: el equilibrio ético

Uno de los temores más comunes al hablar de compasión es confundirla con indulgencia o permisividad. Pero comprender el origen de una reacción no significa avalarla. Significa verla en su complejidad.

  • Podemos decir “esto me hizo daño” sin llamar “mala persona” al otro.
  • Podemos poner límites sin deshumanizar.
  • Podemos defendernos sin agredir.

Como propone Martha Nussbaum, una ética emocional madura se basa en la compasión, no como emoción sentimental, sino como capacidad racional de ver al otro en su condición de ser vulnerable (Nussbaum, 2001).


Claves para cultivar una mirada más comprensiva

1. Preguntarse antes de reaccionar

¿Qué puede estar activando esta reacción? ¿Qué historia podría haber detrás que no conozco?

2. Escuchar con una pausa interna

No responder de inmediato. Detener el juicio. Escuchar más allá de las palabras: tono, ritmo, tensión emocional.

3. Evitar la reducción

No definir a una persona por un momento de desregulación. Somos más que nuestras respuestas defensivas.

4. Poner límites sin cancelar la humanidad del otro

Decir “esto no está bien” sin decir “tú no vales”.

5. Cultivar la empatía retrospectiva

Imaginar qué pudo haber vivido esa persona. ¿Qué experiencias la habrán llevado a relacionarse así?


Cuando el otro deja de ser enemigo y se vuelve historia

Muchas relaciones se deterioran no por hechos objetivos, sino por reacciones malinterpretadas, heridas no reconocidas, necesidades no nombradas. Pero cuando somos capaces de detener el juicio automático y mirar más profundo, algo cambia.

  • El compañero difícil deja de ser una amenaza, y se vuelve alguien que necesita contención.
  • El familiar irascible ya no es una carga, sino alguien que no sabe cómo pedir ayuda.
  • La persona que evitamos empieza a ser alguien que, como todos, está lidiando con su versión de la tormenta.

“Toda reacción que incomoda es también un mensaje que busca traducción. Escuchar es el primer paso para comprenderla.”
— DesdeLaSombra


Conclusión

La conducta visible es apenas la superficie. Detrás hay capas de historia, trauma, defensa, aprendizaje y dolor. Juzgar por la forma es olvidar el fondo.

No se trata de justificar lo injustificable. Tampoco de negar los límites que necesitamos para protegernos. Se trata, simplemente, de recordar que no siempre estamos viendo al otro en su totalidad, sino solo en su momento más reactivo.

Si el juicio rápido nos separa, la comprensión puede acercarnos. Si el desprecio congela el vínculo, la mirada compasiva puede abrir la posibilidad de una relación nueva.

“No somos lo que hacemos cuando estamos heridos, pero sí necesitamos que alguien vea más allá de ese reflejo distorsionado.”
— DesdeLaSombra


Referencias

  • LeDoux, J. (2002). The Synaptic Self: How Our Brains Become Who We Are. Penguin Books.
  • Maté, G. (2021). The Myth of Normal: Trauma, Illness, and Healing in a Toxic Culture. Avery.
  • Nussbaum, M. C. (2001). Upheavals of Thought: The Intelligence of Emotions. Cambridge University Press.