Vivimos rodeados de ficciones que matan. No metafóricamente, sino con toda la crudeza de la sangre, el grito y el golpe. Series premiadas muestran asesinatos detallados, videojuegos celebran la destrucción, películas de gran taquilla glorifican al vengador implacable. Mientras tanto, propuestas más pacíficas, introspectivas o colaborativas languidecen en el olvido o son tildadas de aburridas. ¿Qué revela este patrón sobre quienes somos como espectadores? ¿Por qué, incluso sin ser personas violentas, elegimos contenidos donde predomina la agresividad? Esta entrada propone una mirada crítica y ética a ese apetito oscuro que no solo sostiene una industria, sino que también modela una sensibilidad colectiva.
Violencia como espectáculo: raíces culturales e históricas
La fascinación por la violencia no es nueva. Desde los combates de gladiadores en la antigua Roma hasta las ejecuciones públicas en plazas medievales, la humanidad ha convertido el sufrimiento en espectáculo. En muchos casos, se trataba de rituales que no solo cumplían funciones simbólicas o políticas, sino que apelaban a una emoción visceral: la excitación ante lo prohibido, lo letal, lo desbordado.
Con el paso del tiempo, estas expresiones se institucionalizaron y luego se trasladaron a la cultura de masas. El western, el cine de guerra, el thriller, el survival horror, todos son descendientes directos de una genealogía en la que la violencia se narra, se estetiza y, a menudo, se justifica. Lo que antes era castigo, ahora es trama. Lo que era condena, ahora es arte.
El mercado de la sangre: rentabilidad y pulsión
Hoy, el algoritmo sabe que lo violento vende. Plataformas de streaming ajustan sus catálogos para maximizar el tiempo de atención; si una serie comienza con un crimen, la probabilidad de que el espectador no se distraiga aumenta. No es solo una cuestión de oferta: hay una demanda sostenida que premia lo brutal.
Esto no implica que el espectador promedio desee violencia en su vida diaria. Pero sí parece existir una pulsión interior no resuelta que se satisface mediante lo simbólico. Freud lo explicaba como parte de la pulsión de muerte (Thanatos) que coexiste con el deseo de vida (Eros). Mirar violencia sin consecuencias reales permite una catarsis, una descarga emocional que, al no ser vivida directamente, se experimenta como liberadora.
Sin embargo, la catarsis no siempre es inocente. Existen estudios que sugieren que la exposición sostenida a contenido violento puede reforzar actitudes agresivas, normalizar el desprecio por el otro o incluso reducir la capacidad empática【1】. No todo espectador discrimina entre lo simbólico y lo real, especialmente en edades tempranas o contextos emocionales vulnerables.
El culto a la dominación: símbolos, miedos y espejos
¿Por qué nos resulta más atractiva una historia donde el protagonista se venga matando a todos sus enemigos que una en la que aprende a perdonar? ¿Por qué un videojuego de guerra masiva resulta más adictivo que uno de colaboración pacífica?
“Cuando los tambores de guerra suenan con más fuerza que las voces del diálogo, el espectáculo se impone a la conciencia.”
— DesdeLaSombra
La cultura dominante premia el dominio. El héroe contemporáneo es fuerte, letal, autosuficiente. La vulnerabilidad se asocia a lo débil, lo ridículo o lo femenino (en una visión patriarcal no resuelta). Así, la violencia no solo entretiene: educa. Enseña que el conflicto se resuelve por la vía del poder, que el otro es un enemigo antes que un interlocutor, que el sufrimiento ajeno es un recurso dramático, no una experiencia digna de respeto.
Además, en un mundo donde las personas se sienten crecientemente impotentes frente a estructuras económicas, tecnológicas o políticas, consumir violencia puede convertirse en una forma simbólica de recuperar una ilusión de control. El asesino que lo resuelve todo con una pistola actúa, en cierto modo, como una fantasía de agencia para quienes sienten que sus vidas están paralizadas.
El dilema ético: libertad creativa o complicidad estructural
No se trata de censurar. La libertad creativa es esencial para cualquier sociedad democrática. Pero sí es legítimo preguntarse hasta qué punto somos cómplices de una industria que, para maximizar beneficios, explota el lado más oscuro de la psicología humana.
Creadores, productores y plataformas tienen una responsabilidad ética. No basta con alegar que “es lo que la gente quiere”. Lo que la gente desea está condicionado por lo que se le ofrece, y la oferta puede moldear, de manera sutil pero poderosa, el deseo. Al mismo tiempo, espectadores y consumidoras también deben asumir su parte: ¿por qué elegimos una serie sangrienta antes que una historia de reconciliación?
El entretenimiento no es neutral. Moldea lenguajes, emociones, formas de vincularse. Una sociedad que se acostumbra a ver violencia como espectáculo corre el riesgo de banalizar el sufrimiento, de volverse indiferente ante el dolor real, de perder el asombro ante lo humano.
Hacia una ética del entretenimiento: propuestas para un consumo consciente
No se trata de evitar todo contenido violento, sino de aprender a mirarlo con conciencia. Algunas propuestas para avanzar hacia un equilibrio:
- Reconocer los efectos psicológicos de la exposición continua a violencia simbólica.
- Cuestionar nuestras elecciones: ¿por qué nos atrae tanto lo destructivo?
- Valorar narrativas constructivas, aunque no estén de moda.
- Educar la sensibilidad, especialmente en infancias y adolescencias.
- Fomentar el diálogo ético sobre lo que consumimos y compartimos.
Consumir con conciencia no implica dejar de disfrutar, sino entender el impacto que tienen nuestras elecciones culturales en la configuración de una sensibilidad colectiva.
Conclusión
La violencia no es solo una sombra exterior; es también un eco interno que, al proyectarse en pantallas y videojuegos, se vuelve visible, compartido y comercializable. Mientras la cultura del entretenimiento siga priorizando lo crudo sobre lo compasivo, conviene preguntarse: ¿qué parte de nuestra humanidad estamos alimentando? ¿Y cuál estamos dejando morir por inacción?
“Lo que toleramos en el arte, termina modelando lo que toleramos en la vida.”
— DesdeLaSombra
Referencias
- Bushman, B. J., & Huesmann, L. R. (2006). Short-term and long-term effects of violent media on aggression in children and adults. Archives of Pediatrics & Adolescent Medicine, 160(4), 348–352. https://doi.org/10.1001/archpedi.160.4.348
- Fromm, E. (1973). The Anatomy of Human Destructiveness. Holt, Rinehart and Winston.