Vivimos rodeados de historias de éxito. Algunas auténticas, otras cuidadosamente editadas para encajar en el formato visual de una red social. Nos cuentan sobre personas que a los veinticinco años ya fundaron su tercera empresa, sobre artistas que triunfan sin errores, sobre parejas perfectas que nunca discuten. Y mientras tanto, en silencio, nos preguntamos qué estamos haciendo mal.
La trampa del éxito ajeno no es nueva. Pero hoy, en una cultura que glorifica la visibilidad y mide el valor en likes, ha adquirido una fuerza invasiva. Nos comparamos sin tregua, sin contexto, sin piedad.
Cuando el éxito de otros se convierte en fracaso propio
Comparar no es malo en sí mismo. El problema es que muchas veces no admiramos: nos castigamos. Nos vemos menos capaces, menos dignos, menos completos. Convertimos los logros de otros en el espejo de nuestras carencias.
Esto ocurre porque olvidamos algo esencial: no todos partimos del mismo punto, no todos deseamos lo mismo, y no todos crecemos en línea recta.
“La comparación es el ladrón de la alegría.” — Theodore Roosevelt
El mercado del éxito
El éxito también se ha convertido en un producto. Se vende en cursos, libros, conferencias, podcasts. Se embellece y se simplifica. Nos dicen: “si lo deseas lo suficiente, lo lograrás”. Pero se omite la red de privilegios, oportunidades, contexto social, salud mental o simplemente azar que lo hacen posible.
Este discurso es perverso, porque transforma el fracaso en culpa. Y convierte el mérito ajeno en humillación personal.
Cuando admiramos, ¿realmente vemos al otro?
La admiración, en su forma más sana, implica respeto y distancia. Nos inspira, pero no nos anula. Nos motiva, pero no nos destruye.
Pero muchas veces lo que admiramos es una proyección: una parte nuestra que deseamos desarrollar. Y si no la atendemos con honestidad, esa proyección se convierte en reproche.
Cómo salir de la trampa
- Cuestione los parámetros: ¿quién definió que esto es éxito? ¿Lo quiere usted, o lo heredó sin saber?
- Mire el proceso, no solo el resultado: toda historia pública esconde horas de duda, soledad, error y miedo.
- Redefina el progreso: crecer no siempre es escalar. A veces es comprender, sanar, aceptar, soltar.
- Convierta la comparación en pregunta, no en juicio: ¿qué de eso me toca? ¿Qué de eso me ayuda a descubrirme?
El éxito auténtico
El éxito real no es espectacular. No siempre se celebra. A veces es silencioso: una conversación honesta, un límite bien puesto, una renuncia sabia, una pequeña valentía diaria.
Y sobre todo, el éxito verdadero es el que se define desde adentro, no desde la vitrina del mundo.
Conclusión
La trampa del éxito ajeno se rompe cuando decidimos observarnos con compasión y preguntarnos: ¿quién soy yo sin necesidad de probarlo ante nadie?
No se trata de rechazar lo admirable, sino de recuperar el derecho a ser suficientes sin competir.
Referencias
Brown, B. (2012). The Gifts of Imperfection. Hazelden Publishing.
Dweck, C. (2006). Mindset: The New Psychology of Success. Random House.
Sennett, R. (1998). The Corrosion of Character: The Personal Consequences of Work in the New Capitalism. W. W. Norton & Company.