Celebrar lo extraordinario es natural. Pero cuando se celebra lo que debería ser cotidiano, algo falla. Aplaudir a quien devuelve una billetera extraviada. Felicitar al padre que cuida a sus hijos. Hacer viral a quien cede el asiento. ¿Qué dice de nosotros una sociedad que convierte en mérito lo que debería ser norma?

“Hacer lo correcto no es un acto heroico. Es un acto humano.” — DesdeLaSombra

No se trata de desmerecer los gestos éticos. Pero sí de preguntarse: ¿por qué se los premia? ¿Qué revela esa necesidad de reconocimiento constante? ¿No estaremos, en el fondo, construyendo una moral de aplauso más que de convicción?


Cuando lo decente parece excepcional

En un mundo saturado de cinismo, lo básico comienza a parecer admirable. Ser honesto, responsable, respetuoso se ha vuelto, para algunos, motivo de reconocimiento especial. Pero esa lógica invierte los principios: premia lo que debería ser parte del tejido moral común, como si el compromiso ético fuese una rareza.

El filósofo Emmanuel Kant (1785) sostenía que el valor moral de una acción no está en su consecuencia ni en su recompensa, sino en la intención recta con la que se realiza. Hacer el bien por deber, no por interés. En esa línea, el acto correcto no debería requerir un incentivo externo para ser legítimo.


La lógica del premio: entre el ego y el condicionamiento

La cultura de la recompensa ha invadido incluso el ámbito de los valores. Desde la infancia, se premia al niño que “se porta bien”, se ofrecen estrellas por obedecer, se celebra al que comparte. Y aunque ese sistema puede tener efectos inmediatos, corre el riesgo de asociar el bien con el beneficio, no con la conciencia.

En la adultez, esta lógica se perpetúa: campañas que recompensan el reciclaje, empresas que exhiben su “responsabilidad social” como estrategia de marketing, gestos solidarios amplificados para alimentar egos. La ética se vuelve espectáculo. Y lo correcto, una forma de ganar puntos ante los demás.

“Cuando lo correcto solo se hace si hay premio, deja de ser ético y se convierte en estrategia.” — DesdeLaSombra


¿Debe doler hacer lo correcto?

Hay quienes argumentan que hacer el bien sin recompensa es una forma de sacrificio. Pero esa idea solo tiene sentido si se parte de una visión egoísta del mundo. En realidad, lo correcto no debería doler: debería liberar. No porque sea fácil, sino porque está en sintonía con una conciencia madura.

La filósofa Simone Weil (1949) afirmaba que la justicia no necesita aplauso, sino verdad. Y que la grandeza moral reside, precisamente, en actuar sin testigos. Cuando el gesto se hace por necesidad interior, no por gratitud externa, surge una forma de libertad ética que no depende del juicio ajeno.


El valor del deber silencioso

No todo lo que se hace bien se ve. No todo lo que se hace bien se celebra. Y está bien que así sea. Porque el valor más profundo de la ética está en su invisibilidad: en ese respeto cotidiano que no se grita, en esa honestidad que no busca ovación, en esa coherencia que no presume.

Reconocer el bien ajeno no es el problema. El problema es transformar cada gesto justo en algo extraordinario. Porque entonces se termina construyendo una sociedad donde el bien se convierte en evento, no en base.


Conclusión

Premiar a quien hace lo correcto no es siempre una muestra de admiración. A veces, es el síntoma de una moral empobrecida. Una que ha olvidado que el bien no es una opción superior, sino una responsabilidad compartida.

“La verdadera virtud no necesita escenario. Se basta con saberse en paz.” — DesdeLaSombra

En lugar de celebrar lo correcto como hazaña, tal vez sea hora de exigirlo como estándar. No para deshumanizarlo, sino para devolverle su lugar: el de aquello que se hace porque es lo justo, no porque conviene.


Referencias

  • Kant, I. (1785). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Akal.
  • Weil, S. (1949). La gravedad y la gracia. Trotta.
  • Arendt, H. (1963). Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal. Lumen.