Durante siglos, el trabajo fue entendido como castigo, carga o condena. De hecho, etimológicamente, la palabra “trabajo” proviene del latín tripalium, un instrumento de tortura. Bajo ese legado simbólico, no es raro que muchas personas sientan el trabajo como una imposición, un sacrificio, una carga que se soporta para sobrevivir.

Sin embargo, algo ha comenzado a cambiar. En medio de la automatización, la precariedad y la redefinición del sentido vital, muchos comienzan a preguntarse no solo cómo trabajan, sino por qué.


El trabajo como eje existencial

Trabajamos para vivir, sí. Pero también —y quizás más profundamente— vivimos para hacer algo con nuestras capacidades. Crear, aportar, servir, construir. El ser humano no solo sobrevive: necesita sentirse útil, vinculado, valioso.

Viktor Frankl, psiquiatra y sobreviviente del Holocausto, afirmaba que el sentido de la vida puede encontrarse incluso en las condiciones más adversas. Y que el trabajo, cuando está vinculado al propósito, se convierte en una forma de trascender.

“La vida no se vuelve insoportable por las circunstancias, sino por la falta de sentido.” — Viktor Frankl (El hombre en busca de sentido, 1946)


¿Qué es propósito?

No se trata de grandes causas ni gestas épicas. El propósito no tiene que ver con fama, éxito o productividad. Tiene que ver con dirección. Con una brújula interna que alinea lo que hacemos con lo que valoramos.

Un trabajo con propósito es aquel que, más allá de su forma externa, responde a una necesidad interna de coherencia. Nos permite sentir que lo que hacemos deja huella, al menos en alguien, en algo, incluso en nosotros mismos.


¿Y si trabajamos sin propósito?

Puede hacerse. De hecho, muchas personas lo hacen. Pero el precio es alto: agotamiento emocional, insatisfacción crónica, pérdida de sentido. El trabajo sin propósito se convierte en alienación. No solo desgasta el cuerpo, sino el alma.

En contextos donde el trabajo es escaso o mal remunerado, esta conversación puede parecer un privilegio. Y sin embargo, incluso allí, hay espacio para hacer preguntas: ¿qué me da energía? ¿cómo podría acercarme a lo que me importa, aunque sea desde lo pequeño?


Redefinir el éxito

La idea de éxito ha sido secuestrada por métricas externas: dinero, cargos, estatus. Pero el éxito verdadero, cuando está vinculado al propósito, se mide en plenitud, no en cifras.

Trabajar con propósito es sentir que lo que hacemos nos aproxima a lo que somos. Que nuestras acciones no nos alejan de nuestra identidad, sino que la reflejan. Que podemos dormir tranquilos sabiendo que no traicionamos lo que valoramos.


Señales de desconexión propósito-trabajo

  • Sensación de vacío pese al reconocimiento externo.
  • Cansancio crónico que no se explica solo por la carga física.
  • Ausencia de entusiasmo por lo que se hace, incluso si es rentable.
  • Dificultad para responder por qué hace lo que hace.
  • Deseo silencioso de abandonar todo sin explicación lógica.

Caminos hacia un trabajo con sentido

  1. Cuestione las creencias heredadas sobre el trabajo: ¿es solo un medio? ¿es una obligación? ¿es un sacrificio?
  2. Pregúntese qué le importa realmente: más allá del rol, ¿qué valor desea transmitir?
  3. Busque coherencia entre lo que hace y lo que cree: pequeñas acciones pueden significar grandes alineamientos.
  4. Reduzca la disonancia interior: si no puede cambiar de empleo, transforme su enfoque, su actitud, su modo de relacionarse con lo que hace.
  5. Recuerde que todo trabajo puede tener propósito si se conecta con el otro: servir, cuidar, enseñar, transformar no requieren títulos rimbombantes.

Conclusión: lo que hacemos también nos hace

El trabajo, aunque inevitablemente responde a lo económico, también moldea nuestra identidad. No es solo lo que hacemos durante el día: es una forma de estar en el mundo. Y si esa forma está vacía, el vacío nos acompaña incluso fuera del horario laboral.

Buscar propósito en el trabajo no es una moda. Es una necesidad humana profunda de integrar acción y sentido. Y aunque no todos los días serán plenos, ni todos los trabajos perfectos, podemos construir un vínculo más honesto, más libre y más vital con lo que hacemos.

Porque en el fondo, más que trabajar para vivir, necesitamos vivir con algo por lo que valga la pena trabajar.


Referencias

Frankl, V. E. (1946). El hombre en busca de sentido. Herder.

Csikszentmihalyi, M. (1990). Flow: The Psychology of Optimal Experience. Harper & Row.

Pink, D. H. (2009). Drive: The Surprising Truth About What Motivates Us. Riverhead Books.