Hay dolores que no mueren. Solo se transforman en relatos. Y muchas veces esos relatos, sin mala intención, se cuelan en la vida de los hijos como si fueran verdades necesarias, cuando en realidad son heridas no resueltas de los padres.
Esta entrada propone una reflexión honesta y madura sobre un fenómeno común, pero pocas veces nombrado con claridad: la transmisión emocional inconsciente de conflictos pasados hacia los hijos, especialmente cuando se han vivido ausencias, traumas o vacíos en la historia de uno de los progenitores.
Cuando el relato adulto contamina la experiencia del niño
Imagine a una madre que creció sin padre. Que sufrió esa ausencia como un dolor indeleble, que marcó su adolescencia con preguntas sin respuesta. Ahora, ella cría sola a su hijo, convencida —sin decirlo— de que ese niño vivirá el mismo vacío que ella. No importa que el contexto sea distinto, que el hijo no se lo plantee como una carencia. La madre proyecta el dolor que no ha resuelto. Y comienza a narrar su vida con palabras prestadas del pasado.
“Lo que creemos que el otro debe sentir puede volverse más real que lo que realmente siente.”
— DesdeLaSombra
El niño, que quizá no percibía ausencia como tal, empieza a escuchar frases como:
- “Sé que te hace falta.”
- “Tú no lo entiendes ahora, pero eso duele.”
- “Ojalá hubieras tenido otra historia.”
Y así, poco a poco, se construye una herida que no era suya, pero que ahora vive en él.
Las heridas heredadas: cómo opera la transferencia emocional
Esta proyección no es exclusiva de casos de ausencia parental. Se manifiesta en múltiples formas:
- Un padre que fue humillado en su niñez y teme que su hijo sea “débil”.
- Una madre que fue abandonada y necesita que su hija nunca confíe demasiado.
- Un adulto que sufrió soledad y traslada la idea de que estar solo es siempre peligroso.
Estas transferencias no se hacen por maldad. Se hacen desde el amor herido. Pero ese amor, cuando no ha sanado, actúa como un filtro que contamina la percepción del presente con los colores del pasado.
“Amar desde la herida no es amar. Es reconstruir la propia historia en otro cuerpo.”
— DesdeLaSombra
El niño como espejo de una historia ajena
Un hijo no es la continuación emocional de su padre. Tiene derecho a vivir sus propias experiencias, sin que cada ausencia, frustración o silencio sea narrado como una catástrofe.
Pero cuando los padres no han trabajado sus propios duelos, terminan moldeando la historia de sus hijos con las palabras del dolor propio. Y entonces:
- Aparecen culpas que no pertenecen.
- Surgen inseguridades que no estaban allí.
- Se instala una visión del mundo teñida por miedos heredados.
Un niño no nace con carencias emocionales. Muchas de ellas se le implantan desde la mirada adulta que asume que las tiene.
¿Cómo evitar repetir la herida?
1. Reconocer las proyecciones
No es fácil, pero necesario. ¿Lo que le preocupa a usted realmente le afecta a su hijo, o le recuerda algo que a usted le dolió?
2. Escuchar sin anticipar
Observe lo que su hijo siente, no lo que usted teme que sienta. La realidad emocional de él puede ser muy distinta a la suya.
3. Evitar narrativas predestinadas
Frases como “vas a sufrir”, “esto te va a marcar”, “te hará falta” no describen el presente: lo configuran.
4. Trabajar las propias heridas
Buscar espacios de reflexión, terapia o conversación honesta para revisar el pasado sin entregárselo a los hijos como herencia emocional.
Dejar vivir sin contaminar
Respetar la infancia no es solo proteger. Es también callar nuestras propias proyecciones para que el niño escriba su historia en limpio. No hay acto más amoroso que abstenerse de narrar desde la herida.
No se trata de negar el pasado, ni de actuar como si no hubiera dolor. Se trata de reconocer que nuestros hijos no nacieron para reparar lo que nos dolió, ni para cargar con nuestras cicatrices.
“El mayor legado emocional que se le puede dar a un hijo no es una historia perfecta, sino la libertad de no cargar con la nuestra.”
— DesdeLaSombra
Conclusión
Criar es un acto de humildad. No se trata de proyectar, sino de acompañar. Dejar que los hijos vivan lo que les corresponde, sin sembrar culpas, angustias o vacíos que no nacen de su experiencia, sino de la nuestra.
Porque cuando transmitimos nuestras heridas como si fueran suyas, les robamos la oportunidad de descubrirse sin miedo, sin sospecha, sin el peso de un guion no escrito por ellos.
Sanar es también no contaminar. Y amar, a veces, significa no decir lo que tememos, sino escuchar lo que realmente ocurre.
Referencias
- Cyrulnik, B. (2003). Los patitos feos: la resiliencia. Una infancia infeliz no determina la vida. Gedisa.
- Neff, K. (2011). Sé amable contigo mismo: El arte de cultivar la autocompasión. Ediciones Urano.
- Fromm, E. (1956). El arte de amar. Fondo de Cultura Económica.