La venganza tiene mala prensa, pero goza de buena salud. Sigue rondando nuestras decisiones, aunque se oculte bajo nombres más elegantes: justicia, restitución, equilibrio. Sin embargo, cuando se mira con atención, lo que la venganza propone no es restaurar, sino herir. No busca comprender, sino castigar.
“La venganza no repara el daño. Solo lo duplica, mientras oculta el miedo a mirar hacia dentro.” — DesdeLaSombra
Y ese miedo, más común de lo que se admite, muchas veces nace no de lo que otros hicieron, sino de lo que nosotros permitimos, ignoramos o provocamos. En ese sentido, la venganza es también un mecanismo de defensa emocional: una forma de esquivar la propia responsabilidad.
El deseo de castigo como disfraz de culpa
Cuando nos sentimos traicionados, heridos o humillados, lo inmediato es buscar un culpable externo. Pero no siempre se trata solo del otro. A veces, el dolor propio activa heridas que estaban ahí antes. A veces, lo que no toleramos no es lo que nos hicieron, sino haberlo permitido, haber callado, haber elegido mal.
Freud (1920) observó que la agresión puede ser una forma de desplazar la culpa. Golpear al otro simbólicamente es, en ocasiones, una manera de castigar lo que no queremos admitir en nosotros mismos. En este sentido, la venganza se vuelve una proyección: castigo afuera lo que no puedo procesar adentro.
Vengarse es aplazar la comprensión
La venganza promete alivio, pero ofrece repetición. Se presenta como justicia emocional, pero no repara. Al contrario, sostiene el vínculo con aquello que supuestamente se quiere dejar atrás. Nos mantiene atados al ofensor, reactivos a sus acciones, definidos por la herida.
Mientras la venganza ocupa el centro, la pregunta importante queda sin responder: ¿qué ocurrió realmente? ¿Qué parte del conflicto es responsabilidad ajena y cuál es nuestra? ¿Qué se está evitando mirar?
“La venganza aplaza el duelo. Retrasa el cierre. Y posterga el crecimiento.” — DesdeLaSombra
El costo de no perdonar, incluso sin reconciliar
No se trata de negar el dolor ni de promover una reconciliación ingenua. El perdón, si llega, debe ser lúcido y voluntario. Pero incluso cuando no es posible reconciliarse, no vengarse es ya un acto de madurez ética.
La filósofa Martha Nussbaum (2016) sostiene que la dignidad humana exige contener el impulso vengativo y sustituirlo por formas de justicia que no repliquen el daño. Porque si respondemos con la misma lógica de destrucción, perpetuamos aquello que nos hirió.
El trabajo interior: lo que sí podemos hacer
Frente a la ofensa o la traición, hay caminos más difíciles que la venganza, pero más fértiles:
- Nombrar con precisión el daño recibido, sin minimizarlo ni exagerarlo.
- Reconocer qué parte de nosotros fue vulnerada y por qué duele tanto.
- Revisar nuestras decisiones sin culpa, pero con honestidad.
- Aceptar que no siempre obtendremos reparación del otro.
- Elegir no repetir el daño, ni contra el otro ni contra nosotros mismos.
Esta tarea es silenciosa, pero poderosa. No se basa en dominar al otro, sino en recuperar nuestra integridad.
Conclusión
La venganza parece una salida, pero es un rodeo. Un desvío que nos aleja de lo que realmente necesitamos: entender, cerrar, seguir. Es un atajo que nos devuelve al mismo punto: el dolor no resuelto, la herida abierta, la rabia contenida.
“No vengarse no es perdonar al otro. Es perdonarse a uno mismo por haber sido vulnerable.” — DesdeLaSombra
En tiempos donde toda reacción parece válida, elegir no devolver el golpe puede parecer debilidad. Pero quizás sea, en verdad, la forma más radical de sanarse.
Referencias
- Freud, S. (1920). Más allá del principio del placer. Obras Completas.
- Nussbaum, M. (2016). La monarquía del miedo. Paidós.
- Bauman, Z. (2005). Vida de consumo. Fondo de Cultura Económica.