Pocas palabras generan un juicio moral tan inmediato como “infiel”. Se pronuncia, y la condena suele ser automática. La cultura, la religión, los medios refuerzan el mensaje: quien es infiel es malo. Pero ¿es así de simple? ¿Qué se oculta tras esta narrativa que tan fácilmente convierte a un ser humano complejo en un estereotipo ético?
“La moral colectiva teme aquello que no puede controlar.”
— DesdeLaSombra
La infidelidad es un fenómeno humano profundo, no reducible a un defecto moral. Y en muchas ocasiones, la condena que recae sobre quien decide romper las reglas tácitas de una relación no es más que el síntoma de una cultura que reprime el derecho a elegir, incluso en lo íntimo.
El automatismo moral de la fidelidad
Durante siglos, la fidelidad sexual ha sido presentada como virtud central, especialmente para las mujeres. Las religiones monoteístas, en particular, consolidaron una visión donde el control del deseo se equipara a la bondad, y su transgresión a la corrupción.
Erich Fromm (1956) observaba que las sociedades autoritarias moldean el amor como posesión y exclusividad, porque es más fácil controlar a individuos que creen que deben pertenecer por completo a otro.
Pero la vida afectiva y erótica humana es plural, cambiante, y no siempre responde a los esquemas normativos. Reducir su riqueza a un binarismo —fiel o infiel, bueno o malo— empobrece la comprensión de los vínculos y refuerza la represión emocional.
Infidelidad como elección, no como maldad
Quien decide ser infiel —sea o no consciente de sus motivos— no necesariamente actúa desde la maldad, sino desde la elección. Elección que puede ser equivocada o legítima, dolorosa o reveladora, pero que responde a una necesidad interior que no siempre encuentra espacio en el marco de la pareja.
Nietzsche (1887) afirmaba que “todas las morales son, en el fondo, dispositivos de dominación de unos por otros.” Cuando se convierte la fidelidad en un dogma absoluto, se deja de preguntar por el sentido real de los acuerdos y se pasa a sancionar el acto sin contexto.
La infidelidad puede ser expresión de una carencia, de una búsqueda, de una transformación interna. No es siempre traición pura; es también lenguaje de un deseo silenciado.
La represión que impide comprender
La condena social inmediata cumple una función: evita que se examine por qué ocurre la infidelidad, qué dice sobre los modelos relacionales, sobre el deseo, sobre la autenticidad.
El filósofo Michel Foucault (1976) explicó que toda moral sexual rígida funciona como mecanismo de control del cuerpo y del discurso. Al etiquetar la infidelidad como maldad, se desactiva el debate sobre los límites de los acuerdos y sobre la necesidad de negociar constantemente lo que significa estar en pareja.
“El juicio apaga la pregunta.”
— DesdeLaSombra
El derecho a elegir
Reconocer que alguien puede desear fuera de la pareja, y elegir actuar en consecuencia, no significa legitimar el daño ni trivializar la confianza. Significa aceptar que la libertad individual no desaparece por estar en relación. Y que exigir amor o deseo como obligación permanente es, en sí mismo, una forma de violencia simbólica.
La madurez afectiva no consiste en la vigilancia mutua, sino en el respeto por la autonomía. Y cuando esa autonomía se expresa en formas que duelen, la respuesta ética no es la demonización automática, sino el intento de comprender.
Conclusión
No se trata de idealizar la infidelidad, ni de justificarla en todos los casos. Se trata de desmontar el discurso simplista que convierte a la persona infiel en un monstruo moral. La vida afectiva es demasiado compleja para reducirla a etiquetas binarias.
“Juzgar menos no es aceptar todo; es comprender mejor.”
— DesdeLaSombra
En vez de preguntarnos por qué alguien fue infiel, tal vez convenga preguntarse: ¿qué estaba en juego? ¿Qué necesidad no pudo ser expresada? ¿Qué parte de nuestra cultura hace tan difícil hablar de esto sin miedo, sin culpa, sin condena anticipada?
Referencias
- Fromm, E. (1956). El arte de amar. Paidós.
- Nietzsche, F. (1887). Genealogía de la moral. Alianza Editorial.
- Foucault, M. (1976). Historia de la sexualidad I: La voluntad de saber. Siglo XXI.