“Déjelo, es solo un niño.” Esta frase, tantas veces escuchada en contextos donde el respeto común es vulnerado, revela una de las ideas más confusas de la crianza moderna: la creencia de que la libertad infantil debe ser absoluta, incluso a costa de los demás.

La infancia necesita libertad, sí. Pero no una libertad sin forma, sin guía ni contención. Porque cuando se confunde espontaneidad con permisividad total, se abre la puerta a comportamientos que no solo afectan la convivencia, sino que terminan perjudicando al propio niño. Esta entrada propone una reflexión ética sobre la importancia de los límites, no como opresión, sino como herramienta de cuidado y preparación para la vida en sociedad.


El malentendido de la libertad infantil

Vivimos en una época que ha reaccionado —con razón— frente a formas de crianza autoritarias, humillantes o restrictivas. Pero en ese péndulo cultural, hemos pasado a veces al extremo opuesto: una crianza sin límites, sin consecuencias, sin correcciones claras.

Se toleran gritos en espacios públicos, interrupciones constantes en conversaciones, saltos en sillones ajenos o uso indiscriminado de objetos compartidos. Todo bajo el argumento de que “es solo un niño”. Como si ser niño significara no tener que aprender a respetar.

“La libertad sin dirección no libera: confunde.”
— DesdeLaSombra


Los efectos invisibles de la permisividad total

Cuando no se establecen límites claros durante la infancia:

  • El niño no aprende a autorregularse.
  • Se dificulta su inserción armoniosa en contextos escolares o sociales.
  • Aumentan los conflictos con otros niños y adultos.
  • Se genera una imagen distorsionada del mundo como un espacio donde todo está permitido, sin consecuencias.

Peor aún: se expone al niño a experiencias de rechazo social por comportamientos que podrían haberse corregido a tiempo, generando culpa, vergüenza o incomprensión.


Límites no son castigos: son cuidados

En su enfoque de disciplina consciente, Daniel Siegel y Tina Payne Bryson explican que los límites, lejos de ser autoritarios, son una forma de conexión emocional. No se trata de reprimir al niño, sino de enseñarle qué conductas son aceptables, por qué, y cómo afectan a los demás.

Poner límites con ternura, con firmeza y con coherencia es una forma de transmitir seguridad emocional. Porque el niño que conoce el marco dentro del cual puede moverse, se siente más tranquilo, más contenido y más capaz de explorar sin miedo.

“Decirle ‘no’ a un niño no lo reprime: le enseña que sus actos tienen un impacto más allá de su deseo.”
— DesdeLaSombra


El respeto también se aprende

El respeto no es innato: se aprende. Se modela. Se enseña con el ejemplo. No es razonable esperar que un niño “sea empático” si nunca se le ha mostrado qué significa considerar a otros.

  • No, no es ético que un niño golpee a otro sin consecuencias “porque es pequeño”.
  • No, no es justo que un grupo de vecinos deba soportar gritos constantes “porque son niños jugando”.
  • No, no es sano que los adultos renuncien a sus propios límites por miedo a ser vistos como rígidos o represores.

La infancia es el momento ideal para aprender a convivir, no una etapa libre de toda responsabilidad.


Claves para un equilibrio sano entre libertad y contención

1. Nombrar lo permitido y lo no permitido

El niño necesita saber con claridad qué se espera de él. La ambigüedad genera ansiedad e inseguridad.

2. Corregir con firmeza, sin humillar

No se trata de castigar ni de gritar. Se trata de corregir con respeto, pero sin ceder al caos.

3. Incluir al niño en la reflexión

Ayudarle a comprender por qué una conducta no es adecuada, en lugar de imponer sin explicación.

4. Modelar el respeto

Los niños imitan. Si ven a los adultos gritar, insultar o invadir, lo replicarán.

5. Celebrar la contención propia

Reconocer cuando el niño logra autorregularse, compartir, esperar su turno. Reforzar con gratitud y afecto.


Conclusión

No hay contradicción entre amor y límite. Entre ternura y firmeza. Educar no es permitir todo: es acompañar el crecimiento con dirección, sentido y respeto mutuo.

Poner límites no apaga la infancia: la enmarca para que florezca con seguridad y libertad real. Porque la verdadera libertad no es hacer lo que se quiere en todo momento, sino aprender a vivir con los demás sin perderse a uno mismo.

“Un niño que aprende a respetar no pierde su infancia: gana una forma más hermosa de habitarla.”
— DesdeLaSombra


Referencias

  • Siegel, D. J., & Bryson, T. P. (2014). No-Drama Discipline: The Whole-Brain Way to Calm the Chaos and Nurture Your Child’s Developing Mind. Bantam.
  • Montessori, M. (2004). The Secret of Childhood. Ballantine Books.
  • Nussbaum, M. C. (2001). Upheavals of Thought: The Intelligence of Emotions. Cambridge University Press.