Abandonar Google, dejar WhatsApp, prescindir de Windows, renunciar a Instagram o a Gmail… Para muchos, eso suena a herejía tecnológica. En un mundo hiperconectado, intentar tomar el control de la propia tecnología se ha convertido, paradójicamente, en un acto marginal. Lo que debería ser una muestra de autonomía, responsabilidad y pensamiento crítico, se vive muchas veces como castigo: incomunicación, estigmatización o aislamiento funcional.

“En un mundo donde lo normal es la dependencia, la libertad parece una desviación.”
— DesdeLaSombra


El mito de la libre elección digital

A menudo se dice que los usuarios eligen las herramientas que usan. Pero ¿realmente es así? ¿O se trata de una elección condicionada por el entorno, la presión social, la compatibilidad obligatoria y la falta de educación digital?

Un ejemplo: quien desea dejar WhatsApp —una aplicación propiedad de Meta que recopila metadatos y está sujeta a políticas cuestionables de privacidad— se encuentra con una realidad incómoda. Sus amistades, su familia, su entorno laboral… todos están ahí. Salirse implica perder conexión con la mayoría. Así, se elige quedarse no por convicción, sino por necesidad. No es libertad: es dependencia disfrazada de comodidad.

Y lo mismo ocurre con quienes intentan usar Linux, optar por DuckDuckGo, reemplazar Drive por alternativas éticas, o migrar de las grandes redes sociales a plataformas descentralizadas como Mastodon o Matrix. La respuesta social suele ser tibia, cuando no burlona: “Eso es muy complicado”, “¿Y para qué?”, “Te vas a quedar solo”, “No seas exagerado”.


El ecosistema cerrado: cómo los monopolios digitales castigan la disidencia

Los grandes conglomerados tecnológicos han diseñado sus servicios como sistemas cerrados e interdependientes. Apple y su ecosistema cerrado, Google y su dependencia entre Android, Gmail, YouTube y Docs, Microsoft con su paquete Office en la nube atado a Windows. Todo funciona bien… siempre y cuando se juegue bajo sus reglas.

Romper ese ciclo es difícil no por falta de alternativas, sino porque las consecuencias sociales y técnicas han sido diseñadas para desalentar la salida. Se necesita valentía, conocimiento y apoyo comunitario para construir una autonomía real. Y lo más inquietante: incluso muchos que desean hacerlo, se rinden por miedo a la desconexión.

“La cárcel más eficaz no es la que encierra el cuerpo, sino la que hace que sus rejas parezcan cómodas.”
— DesdeLaSombra


No se trata de radicalismo, sino de pluralismo

Es importante aclarar: no se busca demonizar el uso de servicios populares. Lo problemático es que sean casi los únicos posibles en la práctica cotidiana. La crítica no es al usuario promedio, sino a un modelo que concentra poder, lucra con los datos personales y penaliza a quienes buscan opciones distintas.

Una sociedad libre debe permitir la coexistencia de múltiples caminos tecnológicos. El pluralismo digital no solo es deseable, es necesario. Si todas las comunicaciones pasan por los mismos nodos, si todas las búsquedas se hacen en el mismo motor, si toda la productividad depende de una sola nube, entonces la libertad se vuelve una ilusión.


Alternativas existen… pero requieren comunidad

Salir del ecosistema dominante no es imposible, pero sí desafiante. Por eso, no basta con herramientas: se necesitan comunidades. Espacios donde compartir conocimiento, brindar soporte, acompañar a quienes comienzan el proceso. Algunas ideas:

  • Crear grupos locales o en línea de tecnología ética donde se enseñen y promuevan herramientas libres.
  • Fomentar la migración progresiva, no radical. Comenzar por el navegador, luego el buscador, luego la mensajería…
  • Promover software libre en espacios educativos, culturales y laborales.
  • Celebrar públicamente a quienes dan pasos hacia la independencia, en lugar de burlarse o aislarlos.

La libertad digital no debe ser una carga, sino un orgullo. Y para que lo sea, debe estar acompañada por redes humanas que la sostengan.


Conclusión: independencia sin castigo, libertad sin renuncia

Vivir en libertad no debería costarnos la pertenencia. Ejercer la autonomía tecnológica no debería convertirnos en “los raros”. Al contrario: debería ser un motivo de respeto, inspiración y evolución colectiva.

Por eso, la pregunta no es si debemos o no usar tal o cual servicio. La pregunta es: ¿queremos depender eternamente de estructuras que no controlamos? ¿Estamos dispuestos a renunciar a nuestra soberanía por evitar la incomodidad del cambio?

“Buscar libertad en un mundo de ataduras no es fanatismo: es humanidad.”
— DesdeLaSombra


Referencias

  1. Zuboff, S. (2019). The Age of Surveillance Capitalism. PublicAffairs.
  2. Stallman, R. (2015). Free Software, Free Society: Selected Essays of Richard M. Stallman. Free Software Foundation.
  3. Electronic Frontier Foundation. (2024). Surveillance Self-Defense. https://ssd.eff.org/
  4. Mozilla Foundation. (2023). Privacy Not Included. https://foundation.mozilla.org/en/privacynotincluded/