Vivimos rodeados de pantallas, plataformas y dispositivos inteligentes. Pero en esa comodidad diaria se esconde una pregunta incómoda: ¿sabemos realmente lo que estamos aceptando al hacer clic en “comprar” o “aceptar”? El precio que pagamos por la tecnología no siempre está en la etiqueta. Muchas veces, está oculto en cláusulas, en datos extraídos sin permiso, en decisiones impuestas que nos restan autonomía.
Compramos dispositivos, vendemos libertad
Cada vez que adquirimos un teléfono, una computadora o incluso un electrodoméstico conectado, lo hacemos motivados por la eficiencia, el diseño o la popularidad. Sin embargo, pocos cuestionan si ese producto podrá repararse localmente, si sus piezas son accesibles, si la batería está soldada o si el software permite libertad de uso.
Muchos dispositivos modernos están diseñados no para durar, sino para fallar: la llamada obsolescencia programada. Las actualizaciones que ralentizan, los sistemas que dejan de ser compatibles, las reparaciones imposibles… todo contribuye a un ciclo de consumo forzado. Así, no solo desperdiciamos recursos, sino que hipotecamos nuestra soberanía tecnológica.
“La tecnología que no podemos reparar, comprender o controlar, no nos pertenece.”
— DesdeLaSombra.
Lo gratuito que sale caro
Numerosos servicios digitales se presentan como gratuitos: correo, redes sociales, almacenamiento en la nube. Pero detrás de esa gratuidad, lo que se intercambia son nuestros datos, hábitos, preferencias y hasta nuestras emociones. Plataformas que rastrean lo que escribimos, lo que decimos en voz alta, lo que miramos o dejamos de mirar. Todo es analizado, empaquetado y vendido.
Estos perfiles no solo alimentan algoritmos de publicidad: también se usan para manipular opiniones, polarizar discursos y predecir comportamientos. Participamos creyendo que navegamos libremente, pero estamos en un laberinto diseñado para retenernos y extraer valor.
El costo ecológico del “progreso”
Comprar el nuevo modelo, desechar el anterior, actualizar compulsivamente… todo eso tiene consecuencias. Cada dispositivo requiere minerales extraídos en condiciones muchas veces inhumanas, energía que deja huella de carbono, y toneladas de residuos electrónicos que contaminan tierras y aguas.
El modelo actual de consumo digital no es sostenible. Y aunque las empresas intenten disfrazar sus prácticas con discursos verdes, la solución no está solo en reciclar, sino en repensar: ¿necesito esto?, ¿puede repararse?, ¿existe una alternativa ética?
Alternativas que existen, aunque no se promocionen
Frente a este panorama, surgen iniciativas que apuestan por la libertad, la durabilidad y la transparencia. Sistemas operativos libres como GNU/Linux, teléfonos modulares que se pueden reparar como el Fairphone, plataformas de mensajería descentralizadas, redes sociales éticas… no todo está perdido.
La reparación comunitaria, el software de código abierto, las cooperativas digitales y los foros de usuarios conscientes son parte de una contracultura tecnológica que no renuncia al avance, pero lo reclama con responsabilidad.
Ser usuarios, no consumidores pasivos
Cada compra tecnológica es un voto. Cada aplicación instalada es una cesión de poder. Por eso, urge cambiar el enfoque: pasar de consumidores obedientes a ciudadanos digitales críticos. Cuestionar antes de descargar, investigar antes de pagar, exigir antes de aceptar.
La libertad digital no se nos da: se construye. Y empieza en lo cotidiano, en lo pequeño, en esa configuración que desactiva el rastreo, en ese producto elegido por su ética antes que por su estética.
“La tecnología debería servirnos, no condicionarnos.”
— DesdeLaSombra.
Conclusión: un clic con conciencia
La comodidad no puede ser excusa para la ceguera. Vivir conectados no implica vivir sometidos. Cada decisión tecnológica tiene consecuencias que van más allá de lo inmediato: impacta nuestra privacidad, nuestra economía, nuestra salud mental y el equilibrio del planeta.
No se trata de renunciar al progreso, sino de exigir que ese progreso nos respete. Que sea transparente, justo y reparable. Que no nos trate como recursos, sino como personas.
Vivir informado, elegir con criterio y actuar con ética digital no es una moda: es un acto de dignidad en tiempos de dependencia tecnológica. Y es ahí, en cada gesto consciente, donde se juega la libertad del presente y del futuro.
Referencias
- Fundación Karisma. (2021). Soberanía tecnológica y derechos digitales. Bogotá: Fundación Karisma.
- Al Sur. (2020). Datos personales y vigilancia en América Latina: políticas públicas y desafíos. Red regional Al Sur.
- Free Software Foundation. (2023). ¿Por qué el software libre importa? Recuperado de: https://www.gnu.org/philosophy/free-sw.html
- Pérez, M. (2019). Tecnología y control social: el lado oscuro de lo digital. Ediciones Capiroska.