No es raro que cada vez que una nueva tecnología aparece, surja también una ola de resistencia, miedo y rechazo. Desde la imprenta hasta la inteligencia artificial, la historia parece repetirse: lo nuevo nos intriga, pero también nos asusta. Y ese temor, muchas veces disfrazado de escepticismo racional, revela una realidad más profunda: el miedo al cambio.
Un miedo tan antiguo como el progreso
Cuando Gutenberg inventó la imprenta, no faltaron quienes alertaron sobre el “peligro” de que cualquiera pudiera leer. El telégrafo fue acusado de acelerar demasiado la comunicación. La electricidad generó mitos sobre enfermedades invisibles. Internet fue visto como una amenaza a la privacidad y la inteligencia artificial como un presagio del fin de la humanidad. No se trata de tecnologías malvadas, sino de cómo nos relacionamos emocionalmente con ellas.
“No le tememos a la tecnología, le tememos a lo que nos exige dejar atrás.”
— DesdeLaSombra.
Raíces emocionales del rechazo
El miedo a la tecnología rara vez nace del conocimiento, y casi siempre del desconocimiento. Se activa cuando sentimos que perdemos el control, que nuestros hábitos se ven amenazados o que nuestra forma de pensar queda obsoleta. Es más cómodo desconfiar que aprender. Más fácil burlarse de lo nuevo que intentarlo.
Este miedo se expresa en forma de discursos nostálgicos (“en mis tiempos era mejor”), alarmistas (“la IA destruirá el empleo humano”) o conspirativos (“todo es una agenda global”). Pero rara vez parte de una investigación seria o un análisis objetivo.
Historias que se repiten
Las innovaciones que hoy damos por sentadas fueron en su momento motivo de rechazo. Cuando aparecieron los trenes, se decía que viajar a esa velocidad podía dañar el cuerpo humano. Cuando se introdujo la radio, algunos pensaron que alienaría a la población. Hoy, las mismas críticas resurgen ante avances como el blockchain, los algoritmos predictivos o la realidad aumentada.
Sin embargo, muchas de estas tecnologías han ampliado derechos, democratizado la información y conectado a comunidades antes aisladas. Todo depende de cómo se usen, y de quiénes tomen la responsabilidad de darles un sentido ético y humano.
¿Miedo a la tecnología o a pensar diferente?
Decir “esto me supera” suele ser una forma de confesar que no queremos adaptarnos. El temor no está tanto en la herramienta, sino en el esfuerzo que implica actualizarse. Pensar distinto, aprender lo nuevo, revisar ideas propias, cuestionar certezas… eso asusta más que cualquier pantalla o circuito.
La tecnología, en este sentido, no es el problema. El verdadero reto es emocional, es existencial. ¿Estoy dispuesto a seguir aprendiendo, incluso si tengo más de 50 años?, ¿a reentrenar mi profesión?, ¿a fallar, a explorar, a reformularme?
Entrenar otra mentalidad
Adoptar una postura abierta no implica ser ingenuos. La tecnología también tiene riesgos, puede ser mal utilizada, generar dependencia o ampliar desigualdades. Pero esos peligros no se enfrentan desde el miedo paralizante, sino desde el pensamiento crítico.
Educarse, experimentar de forma gradual, participar en comunidades técnicas o creativas, y entender los principios que rigen las herramientas que usamos, son pasos clave para perder el miedo. No se trata de convertirnos todos en ingenieros, sino en ciudadanos digitales conscientes.
“El futuro no nos llega: lo construimos. Y si no participamos, otros decidirán por nosotros.”
— DesdeLaSombra.
Del espectador al protagonista
Podemos quejarnos del algoritmo o entenderlo. Podemos temerle a la IA o aprender a usarla con ética. Podemos rechazar una aplicación o proponer una alternativa mejor. La decisión es nuestra. Pero no podemos ignorarla y luego exigir que el mundo se quede quieto por miedo.
El progreso no pide permiso. Lo único que podemos hacer es elegir cómo participamos en él: como críticos pasivos o como protagonistas activos. La diferencia está en el conocimiento, en la curiosidad, en la apertura.
Conclusión: la actitud marca el rumbo
El miedo a la tecnología es comprensible, pero no debe ser determinante. Lo que hoy nos asusta, mañana puede ser la herramienta que nos emancipe. La historia lo demuestra. Y si no aprendemos de ella, seguiremos atrapados en un ciclo de rechazo estéril.
Aceptar el cambio no significa abrazarlo sin condiciones, sino enfrentarlo con inteligencia. Significa decidir qué queremos hacer con lo nuevo, y no dejar que lo nuevo decida por nosotros.
Referencias
- Cobo, C. (2019). Aprender en la sociedad del conocimiento. Editorial Ariel.
- Castells, M. (2001). La galaxia Internet. Ediciones Destino.
- Scolari, C. (2018). Las leyes de la interfaz. Gedisa Editorial.
- Gutiérrez-Rubí, A. (2022). Inteligencia artificial y poder. Ediciones Paidós.