Vivimos en un mundo donde cada clic cuenta. Literalmente. Cada búsqueda, cada mensaje, cada reacción en redes sociales alimenta un inmenso ecosistema de vigilancia privada. No se trata de una conspiración, sino de un modelo de negocio tan exitoso como invasivo: las grandes plataformas digitales no nos cobran por usar sus servicios porque ya estamos pagando… con nuestra información más íntima.
La economía de los datos: cuando el usuario es el producto
Google, Meta, Amazon, TikTok, X y cientos de plataformas más no ofrecen servicios gratuitos por filantropía. Su verdadero ingreso proviene de la venta —directa o indirecta— de nuestros datos: historial de navegación, hábitos de consumo, geolocalización, relaciones sociales, intereses ideológicos, emociones expresadas. Esta información, procesada por algoritmos, alimenta campañas de publicidad, modelos de predicción de comportamiento e incluso estrategias de manipulación política.
Según el Electronic Frontier Foundation (EFF), lo que se llama “surveillance capitalism” ha convertido al ser humano en una mina de datos inagotable (Zuboff, 2019). Y lo más grave es que esta extracción no ocurre a la fuerza, sino con nuestro “consentimiento”.
“Aceptar sin leer es ceder sin pensar.”
— DesdeLaSombra
El espejismo del consentimiento: cuando el clic vale más que la comprensión
En teoría, cada plataforma requiere nuestro consentimiento para acceder a nuestros datos. En la práctica, pocos leen —y menos comprenden— los términos de uso y las políticas de privacidad. Las condiciones son extensas, confusas y escritas para proteger a las empresas, no a los usuarios. Así, el consentimiento informado se convierte en una ilusión: firmamos un contrato que no entendemos, con consecuencias que no imaginamos.
Aceptar todo se ha vuelto automático, una costumbre. Pero cada “acepto” representa una renuncia, una entrega parcial de nuestra soberanía digital. Y esa entrega no es inocua: puede definir lo que vemos, lo que pensamos, lo que compramos… e incluso por quién votamos.
¿Privacidad para qué, si no tengo nada que ocultar?
Una de las justificaciones más frecuentes para no cuidar la privacidad es la famosa frase: “No tengo nada que ocultar”. Pero esa afirmación parte de una premisa errónea: que la privacidad solo sirve para esconder actos reprochables. En realidad, la privacidad es lo que permite decidir qué compartimos, con quién, en qué contexto.
La dignidad, el pensamiento libre, la autonomía emocional y la seguridad personal dependen de entornos donde no somos constantemente observados. Un espacio privado no es una trinchera, es un derecho. Y renunciar a él por comodidad o ignorancia no solo nos expone, sino que debilita el tejido democrático.
“La privacidad no es un lujo de paranoicos: es un acto de conciencia en un mundo que lo quiere todo de nosotros.”
— DesdeLaSombra
Caminos para recuperar soberanía: pasos concretos hacia la libertad digital
No se trata de abandonar internet ni de vivir desconectados. Se trata de elegir con mayor criterio. Aquí algunos pasos accesibles:
- Navegadores privados: Firefox con extensiones como uBlock Origin y Privacy Badger, o Brave como alternativa prediseñada para bloquear rastreadores.
- Buscadores éticos: DuckDuckGo, Startpage o Searx, que no almacenan ni comercian con nuestras búsquedas.
- Mensajería segura: Signal como estándar de cifrado extremo a extremo, transparente y sin fines de lucro.
- Correo electrónico respetuoso: ProtonMail, Tutanota o Mailbox.org como opciones seguras y sin publicidad invasiva.
- Sistemas operativos libres: GNU/Linux como alternativa a Windows o macOS, con opciones como Debian o Ubuntu.
- VPN confiables: Mullvad o ProtonVPN, que no registran historial de navegación y permiten anonimizar la conexión.
- Desintoxicación digital: eliminar cuentas innecesarias, desactivar historial de ubicación, revisar permisos de aplicaciones.
Ninguna de estas acciones es revolucionaria por sí sola, pero en conjunto, representan una forma de resistencia cotidiana frente al extractivismo digital.
Educación digital: el antídoto contra la vigilancia pasiva
El primer paso para recuperar la privacidad no es técnico, sino cultural: debemos educarnos. No con miedo ni con culpa, sino con dignidad. Comprender cómo operan las plataformas, qué mecanismos usan para rastrearnos, qué opciones existen para protegernos.
Hablar de privacidad en familia, en las escuelas, en los espacios laborales. Cuestionar las aplicaciones que usamos, los servicios que promovemos, las redes donde entregamos más de lo que recibimos. La privacidad debe dejar de ser una causa marginal de activistas y convertirse en una práctica cotidiana de cualquier persona que valore su libertad.
Conclusión: soberanía o sumisión, una decisión cotidiana
Cada vez que aceptamos una política sin leerla, cada vez que permitimos acceso sin revisar, cada vez que compartimos más de la cuenta por comodidad, estamos cediendo poder. El poder de decidir sobre nuestra información, nuestra identidad, nuestro futuro.
No se trata de paranoia. Se trata de lucidez. De entender que vivir sin vigilancia total es posible, y que cada pequeño cambio suma. Recuperar la privacidad no es desconectarse del mundo: es reconectarse con uno mismo, desde la dignidad, no desde el miedo.
“Cuidar lo que es nuestro no es un capricho. Es un acto de soberanía.”
— DesdeLaSombra
Referencias
- Zuboff, S. (2019). The Age of Surveillance Capitalism. PublicAffairs.
- Electronic Frontier Foundation. (2024). Surveillance Self-Defense. https://ssd.eff.org/
- Schneier, B. (2015). Data and Goliath: The Hidden Battles to Collect Your Data and Control Your World. W. W. Norton & Company.
- Mozilla Foundation. (2023). Privacy Not Included. https://foundation.mozilla.org/en/privacynotincluded/