Vivimos tiempos en los que se ha convertido en mandato implícito “vivir experiencias únicas”. No basta con vivir: hay que documentar, destacar, exhibir. Cada viaje, cada comida, cada instante compartido debe ser memorable, instagrameable, y ojalá envidiable. La vida, más que existir, se ha vuelto una vitrina que exige ser constantemente adornada con momentos extraordinarios.
La banalización de lo extraordinario
En la lógica actual, lo cotidiano parece no valer nada. Desayunar en casa no tiene sentido si no hay una fotografía con brunch en una terraza de diseño. Caminar por el barrio es irrelevante si no es en una ciudad exótica. Leer un libro en silencio se considera tiempo perdido si no se comparte en redes con una taza de café estéticamente bien ubicada.
Se ha construido una narrativa de vida en la que la normalidad aburre y lo simple devalúa. Bajo este lente, solo importa aquello que rompa la rutina, que destaque, que sume a un portafolio imaginario de momentos sublimes. Pero este paradigma es una trampa: lo extraordinario, por definición, no puede ser permanente. La vida no puede sostenerse en la excepción sin convertirse en espectáculo vacío.
Una competencia sin línea de meta
Esta obsesión por lo inolvidable alimenta una competencia silenciosa. No se compite por quién vive mejor, sino por quién aparenta vivir con más intensidad. Las plataformas digitales se han vuelto escaparates de instantes cuidadosamente seleccionados, pero rara vez auténticos. No se muestran los silencios, los días sin motivación, los domingos sin planes. Solo las cimas, jamás los caminos.
El resultado es una presión constante por tener siempre algo que contar. Una ansiedad por llenar la vida de hitos que terminen por desconectarnos de la experiencia misma. Se vive para mostrar, no para habitar. Se siente para publicar, no para comprender. Y cuando se apagan las pantallas, queda el vacío de haber estado más atentos a la validación externa que a la vivencia interior.
Lo cotidiano como acto de resistencia
Frente a este vértigo de lo espectacular, lo cotidiano se presenta como un refugio. Una taza de té sin apuros. Una conversación sin filtros. Un día sin eventos extraordinarios pero lleno de momentos reales. La vida verdadera no necesita grandes escenarios, solo presencia. Estar ahí. Respirar con atención. Mirar al otro sin prisa ni distracción.
Reivindicar lo cotidiano no es rechazar lo excepcional. Es entender que lo primero es la base de lo segundo. Que sin lo diario, lo festivo no tendría sentido. Y que hay una belleza silenciosa en la repetición, en los ritmos sencillos, en los vínculos que no hacen ruido pero sostienen.
“Lo que da sentido a la vida no son las postales, sino los días sin fotografía.”
— DesdeLaSombra.
Redefinir el éxito de vivir
No se trata de renunciar a los viajes, los descubrimientos, las celebraciones. Se trata de no hacer de ellos la única medida de valor. Porque si lo que nos mueve es acumular experiencias distintas, tarde o temprano la vida nos parecerá insuficiente. Y cuando eso sucede, ya no se vive: se colecciona. Y las colecciones, por definición, nunca se completan.
Vivir bien no es tener mucho que contar. Es tener algo que recordar con gratitud, incluso si no fue espectacular. Es haber estado presente. Es haber compartido. Es poder mirar atrás y encontrar sentido incluso en lo que no brilló.
Conclusión: habitar el instante sin la presión de destacarlo
En un mundo que nos empuja a sobresalir incluso en el descanso, reaprender a valorar lo sencillo es una forma de libertad. No todo momento tiene que ser único para ser valioso. No toda experiencia necesita un filtro para ser memorable. Algunas de las memorias más profundas nacen en lo invisible, en lo no dicho, en lo no publicado.
Quizá sea tiempo de cambiar el enfoque: dejar de vivir para mostrar, y empezar a vivir para sentir. Porque al final, lo verdaderamente inolvidable no será lo más espectacular, sino lo más humano.
Referencias
- Han, B.-C. (2017). La sociedad del cansancio. Herder Editorial.
- Byung-Chul Han (2022). La crisis de la narración. Herder.
- Bauman, Z. (2005). Vida líquida. Fondo de Cultura Económica.
- Turkle, S. (2011). Alone Together: Why We Expect More from Technology and Less from Each Other. Basic Books.